Es evidente que el trabajo doméstico ha ido dejando de ser el trabajo esclavo de la niña o joven campesina que llegaba a la casa de los patrones en la ciudad para que ellos le “hicieran el favor” de darle comida y dormida.
He estado oyendo la queja del alto costo del trabajo doméstico remunerado. Empleadores, hombres y mujeres, de diferentes edades y niveles socioeconómicos repiten frases que la replican, por ejemplo cuando indignados expresan que “ahora ganan más las empleadas que las secretarias”. Es evidente que el trabajo doméstico ha ido dejando de ser el trabajo esclavo de la niña o joven campesina que llegaba a la casa de los patrones en la ciudad para que ellos le “hicieran el favor” de darle comida y dormida a cambio de un trabajo sin horarios ni delimitaciones. Las llamaban “criadas”. Ahora, no sólo las normas las protegen, sino que la consciencia sobre su dignidad ha ido aumentando. Celebro sin duda estos avances.
Sin embargo, este tipo de comentarios tienen al menos dos problemas. El primero es que son falsos. La mayoría de estas trabajadoras no reciben siquiera el salario mínimo, para muchas es apenas un máximo, y están lejos de ganar lo mismo que una secretaria. En Colombia la cifra de informalidad ronda el 80% y en América Latina está por encima del 70%. Muchas trabajan por días, y aunque el salario diario que se negocia esté entre los 40.000 y 60.000 pesos en ciudades como Medellín y Bogotá, la mayoría no alcanza a laborar todos los días, ni recibe las prestaciones que recibiría una secretaria con todas las de la ley. El entorno empresarial o institucional de una secretaria favorece el cumplimiento de sus derechos laborales.
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Lo segundo es que el comentario desvaloriza profundamente el trabajo de cuidado que realizan estas mujeres. En el fondo desconoce que las más de 700.000 mujeres que se dedican al trabajo doméstico en Colombia no sólo contribuyen a la subsistencia de sus propias familias, sino a la de todas las personas para las que trabajan. Si consideramos que ellas sostienen al menos dos hijos, y trabajan con varios empleadores que viven con otras personas, un cálculo superficial indicaría que más de 5 millones de personas en nuestro país se benefician directamente del trabajo doméstico remunerado.
Para que vean este beneficio directo, imaginen, si no existieran las trabajadoras domésticas, cómo harían ustedes para salir a trabajar, con quién dejarían sus hijos pequeños, quién limpiaría su casa y lavaría su ropa, Me pregunto ¿Por qué suena tan absurdo darle valor económico a un trabajo que nos permite salir diariamente a generar el dinero para aprovecharlo en lo que necesitamos y queremos?
Muchas de las trabajadoras domésticas laboran más de la jornada de 8 horas. La gran mayoría nunca ha recibido el pago de horas extras. En ciudades como Bogotá o Medellín, su jornada no empieza cuando llegan a la casa donde trabajan, sino 3 o 4 horas antes pues tienen que dejar listas las tareas domésticas de su propia familia, y luego enfrentarse con el transporte público durante horas para cruzar la ciudad de cabo a rabo.
El trabajo doméstico remunerado, junto con la economía del cuidado que no es remunerada, son actividades de cuidado. El trabajo de cuidado no remunerado en Colombia produce el equivalente a más del 20% del PIB de acuerdo con cifras del DANE. Para el 2017, según el DANE, el trabajo doméstico remunerado constituía cerca del 0,7% del valor agregado, equivalente a 5.788 miles de millones de pesos. En el contexto colombiano, las actividades de cuidado son esenciales para el funcionamiento de la sociedad porque no solo garantizan la subsistencia y el cuidado de los seres humanos, sino que aportan a la producción económica y social.
Las actividades de cuidado permiten que funcionen los hogares en los que vivimos. Posibilitan que niños y niñas, personas mayores, enfermas, o con discapacidad reciban la atención debida. No estamos exentos de requerir cuidados en algún momento de la vida. El pago justo del trabajo doméstico no debería ser motivo de discusión. Quien lo haya hecho sabe lo duro que es lavar un baño, barrer una casa, cuidar unos niños o a una persona mayor, y repetir diariamente estas actividades. Sueño con un día en el que en vez de estar alardeando por el celular nuevo o el carro que acabamos de comprar, alardeemos de lo bien paga que está nuestra trabajadora doméstica, la persona, que nada más y nada menos, nos ayuda a sostener la vida.