Es necesario hacer una profunda reflexión sobre algunos contenidos que se están generando actualmente para el disfrute de nuestras familias.
El aislamiento social ha conducido a las familias a realizar nuevas actividades, tener iniciativas propias, fortalecer la lectura, escritura y por supuesto, detenerse un poco en la TV Nacional.
Es claro que los canales privados de la TV nacional, son empresas que luchan cada día por ser más competitivas, manteniendo la información actualizada y buscando entretenernos. ¿Qué sería del mundo sin el arte y la comunicación? posiblemente un mundo con menos felicidad, y por esto, quiero dejar claro que esta columna no pretende agredir a nadie en particular.
Es necesario hacer una profunda reflexión sobre algunos contenidos que se están generando actualmente para el disfrute de nuestras familias, pues son una clara apología al delito y a la descomposición social. Esta escena ya la hemos padecido antes y la gran pregunta es, ¿hasta cuándo?
Reseñar la condena hacia un político corrupto, o mostrar al policía combatiendo el narcotráfico, podría ser una ficción no alejada de la realidad, sin embargo, soy un convencido de que para llegar a ser un país del primer mundo, necesitamos transformar nuestra forma de pensar y actuar, lo que inicia por entender la importancia de incidir positivamente en el comportamiento ciudadano.
Programas como El capo, Pablo Escobar, Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, evidencian la importancia de resignificar nuestra historia, de contar la versión desde el punto de vista de las víctimas, de evolucionar nuestra cultura ciudadana y de no seguir perpetuando la violencia y la corrupción como protagonistas de nuestra sociedad.
Este panorama, nos demuestra nuevamente que el problema no radica en las herramientas, sino el uso que se hace de ellas, y algunos programas muy significativos que se han globalizado como Café con aroma de mujer, Betty la fea, entre los más recientes, son prueba de que sí es posible entretener sin necesidad de socavar la imagen del país, y sobre todo, sin influenciar negativamente a nuestros niños, jóvenes y adolescentes.
Como medellinense he vivido la estigmatización de nuestra ciudad, y causa dolor saber que hay extranjeros que piensan que venir a elogiar el rastro de la violencia es hacer turismo, ese es el efecto de las narcoseries y de la “romantización” del delito a nivel internacional, producciones que venden a nuestro país y ciudad, como una selva de plomo, droga y prostitución.
En cuanto a lo público para nadie es un secreto que en Colombia la clase política no goza de prestigio, que coexistimos con un sistema político débil y con una crítica con falta de conciencia electoral, sin embargo, creo que el camino no es poner a toda la clase política en un mismo imaginario de corrupción. Es un daño para quienes creemos en las transformaciones sociales a través de lo público, a los que creen en las buenas prácticas políticas y en la importancia de fortalecer la democracia.
Hoy duele saber que un niño prefiere conocer sobre la vida de un criminal que sobre la vida de un prócer de la independencia, de un literato o un artista colombiano. Las series con ídolos nefastos, sólo les sirve de inspiración, les invita a seguir la cultura de lo fácil, del “todo vale”, de la iluminación mafiosa, y del sicariato. ¿Este es el sello que queremos para el país y para nosotros como sociedad?
Hoy, el interés debe centrarse en una reflexión común sobre los conceptos de sociedad, valores e identidad. Los generadores de contenidos de arte y entretenimiento deben ser aliados para la construcción de una sociedad con un capital invaluable como es la Cultura Ciudadana, que con toda su rigurosidad y experticia ayuden a poner en común, elementos que fortalezcan nuestros comportamientos, que con el poder que representa la TV., podamos construir una mejor versión de nuestro país.