A más de cien líderes sociales se les ha robado con violencia la respiración desde el comienzo de la implementación de los Acuerdos (acuerdos mayúsculos).
Dijo Cortázar de Delia (uno de sus personajes) que siempre la acompañaban Babe (su hijo) y la ausencia de Sonny (el padre de Babe): “Babe en su cuna o gateando sobre la raída alfombra; y la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son las ausencias”. Y sí, esa es la paradoja, la ausencia del ser querido no renuncia a la presencia, a estar siempre detrás, persiguiendo a quien la padece. Es cierto, aunque siempre hay dolor, en muchas ocasiones se aprende a vivir con ella; pero en otras se hace imposible, o por lo menos infinitamente más difícil y más tormentoso. Esas otras ocasiones, casi siempre, están manchadas de arrebato sin sentido. Como en el homicidio.
Con “el silencio de los fusiles” de las Farc (si no ha visto el documental titulado con las palabras entre las comillas, póngase al día) se secaron ríos de sangre: de civiles, de militares, de guerrilleros, de paramilitares… sangre humana, que, en palabras del Brujo de Otraparte, “es licor precioso” y cuyo derramamiento, reza González a continuación, “es último argumento”. La paz política alcanzada en La Habana, con sus defectos, nos ha regalado vidas; como perro fiel, después de rechazarla y de patearla, sigue con nosotros (ahorrándonos lágrimas); y aunque le han llenado el camino de obstáculos, ha evitado la proliferación de las ausencias, de arrebatos violentos. Imperfecta, pero salvadora de latidos y contenedora de sangre en los cuerpos, esa paz debe ser cuidada y pulida, no entorpecida ni llevada a trizas.
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Se están atajando vidas, desde un ángulo, pero, desde otras esquinas, demonios ya conocidos insisten en mantener ocupado a Caronte. Los líderes sociales se están desplomando, uno tras otro. ¿Se están desplomando? Estas personas están siendo desplomadas; sistemáticamente están siendo cazadas, una tras otra. A más de cien líderes sociales se les ha robado con violencia la respiración desde el comienzo de la implementación de los Acuerdos (acuerdos mayúsculos). Más de cien vidas segadas, más de cien voces calladas desde entonces.
Se intenta justificar esos borrones de existencia esgrimiendo argumentos de la forma en que se esgrime la espada de la complicidad o de la indiferencia: que eran guerrilleros, que eran de izquierda, que pa’ qué se pusieron en “esas” (¿en cuáles?). Se equivocan, nada justifica el homicidio. El odio y la intolerancia tienen preñada a la muerte, que está pariendo, entusiasmada, asesinatos. Frente a esto no puede haber silencio o inactividad. Cada una de esas muertes es una cicatriz más en la cara colectiva del país. Cada aliento que se esfuma (es esfumado) para siempre, con violencia, nos degrada a todos, nos empobrece, nos quita la esperanza. Y si permitimos eso, tenía razón Tagore, nos volveremos esclavos (“la peor forma de esclavitud es la falta de esperanza, que encadena a los hombres a la falta de fe en sí mismos”, decía el sabio indio).
Esta es una invitación de corazón, una petición con el alma, una solicitud con amor, un ruego de rodillas, una exigencia de la razón, una orden de la conciencia colectiva de Colombia: por favor, ¡ni un muerto más!
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P.D.: Con este texto me despido, quizás sólo por un tiempo, como columnista de EL MUNDO. Agradezco la bonita oportunidad que se me brindó y espero que alguna de las ideas que expuse a lo largo de estos años, se haya materializado en acciones concretas para hacer esta sociedad más humana y más sostenible. Sin negar que en ocasiones fue intencional un tono fuerte, me disculpo si ofendí a alguien. ¡Gracias!