El término “Outlier”, acuñado por los curadores de una provocadora exposición en la Galería Nacional de Arte de Washington reúne obras de artistas NO entrenados formalmente, junto a otros “establecidos” que ayudaron o tienen alguna relación con el trabajo de los primeros, creando correspondencias para tener en cuenta obligadamente en el estudio del arte norteamericano.
Popular, Primitivo, Naif, Espontáneo, Autodidacta, Visionario son algunos de los términos que la historia del arte moderno ha utilizado tentativamente, cuando no con inseguridad y timidez para designar artistas que, desde Altamira, pasando por el Renacimiento hasta llegar al momento contemporáneo, han dejado testimonio de su actividad y visión del mundo, sin recibir entrenamiento artístico, y crédito en la mayoría de los casos. Aun así, el trabajo de estos artistas posee suficiente idoneidad para cautivar la curiosidad de segmentos del público, especialistas, coleccionistas, críticos, instituciones, y otros artistas, y aportar contribuciones que marcan la transformación del arte como disciplina creativa.
Un buen ejemplo es el francés Henri Julien Félix Rousseau (1844-1910), conocido con el epíteto de El Aduanero por trabajar hasta los cuarenta y nueve años -cuando decidió dedicarse por completo al arte- en la oficina del gobierno francés encargada de recolectar impuestos. Ridiculizado inicialmente por los “expertos” del “arte culto”, Rousseau logró el reconocimiento como artista y la admiración de Matisse y Picasso. Su estilo influyó en su generación, y en subsiguientes como los Fauves.
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La coyuntura que para el arte moderno planteó la obra de Rousseau, multiplicada en numerosos casos, a la vez aplicada a las manifestaciones del arte de vanguardia norteamericano es básicamente la premisa curatorial de la exposición que denomina con una nueva palabra (outlier), a todos esos artistas que, sin pretender serlo (como se entiende en general en la sociedad) despliegan un trabajo de excepcionales virtudes visuales, imaginación en soluciones formales, innovador uso de materiales, y planteamientos formales, estableciendo referencias para nuevas formas de expresión, a veces, y otras anticipándose a ellas.
Este punto se repite a todo lo largo del recorrido. La museografía contrapone, por ejemplo, la escultura de William Zorack (1987-1966) con la de William Edmonson (1874-1951), y la fotografía de Cindy Sherman (1954), quien se ha hecho un nombre personificando figuras del Hollywood de posguerra (valga la contradicción), con la de Lee Godie (1908-94) quien mucho antes utilizó el mismo medio para retratarse asumiendo características y atributos de otras gentes pertenecientes a la clase alta. En otros casos, Marsden Hartley, Jacob Lawrence, and Florine Stetheimer buscaron inspiración en formas identificadas como arte tribal y religioso, o producidas por niños y enfermos mentales.
Los “outliers” conforman un grupo heterogéneo, socialmente considerado (hasta ahora) por fuera del territorio del mainstream o relegados a posiciones secundarias dentro de tejido social: mujeres, afroamericanos, norteamericanos indígenas, hispano-norteamericanos y otras etnias, inmigrantes, expatriados, excéntricos, discapacitados, blancos marginales, Lgtb, etc., pobres económicamente en su mayoría.
Algunos de ellos –como El Aduanero—obtuvieron aceptación en vida, pero no es el caso con la totalidad, o buena parte del conjunto, lo cual tiende a validar la respuesta (que todos conocemos, pero mucha gente prefiere ignorar) a la eterna pregunta de si el éxito artístico, y por ende el económico que por lo general acarrea el social tiene que ver con las convenciones, las influencias, el dinero y el poder.
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Contradecir el prejuicio con el que tradicionalmente se ha mirado el trabajo de los artistas autodidactas o espontáneos es una razón poderosa que confiere a la exposición un significado inusual por presentarse, además, en el museo más importante de la capital norteamericana y una de las doce pinacotecas más completas del mundo. Con ella, la inclusión y la diversidad parecen ganar algún terreno por fuera de lo exótico.
La exposición reúne toda clase de técnicas y está enfocada en tres periodos históricos del siglo XX en Norteamérica, cada uno definido por circunstancias específicas. El primero, de 1924 a 1943, se encuentra delimitado por la Gran Depresión, la Recesión y el Programa de Gobierno (WPA) que creo oportunidades de trabajo para los artistas. Puesto que el Programa estuvo agendado para destacar tradiciones y comportamientos regionales (nacionales), sin rechazar el arte sujeto a estilos en los que muchos artistas fueron educados, el momento brindó la oportunidad a otros artistas no educados en esos principios la posibilidad de expresarse libremente, dando prioridad a actitudes vernáculas que no reflejan necesariamente postulados asociados con la formación académica, como esta se entiende.
El segundo va de 1968 a 1992, un periodo identificado con la lucha y reconocimiento de los derechos civiles de las minorías, en especial de los afroamericanos, las mujeres y los gais, años de cambios radicales que impactaron positivamente el reconocimiento y la aceptación (hasta cierto punto) del pluralismo social. Y el tercero, de 1998 a 2013, que consolida la globalización y el derrumbe (indiscriminado) de distinciones de todo tipo a favor de la economía de consumo cuyas consecuencias comienzan apenas a ser verdaderamente analizadas, con numerosos argumentos en pro y en contra.
No obstante, en lo que concierne al arte, intentos similares a los que se atrevieron personalidades de avanzada a lo largo de los últimos cien años, como por ejemplo Alfred Barr, Jr. , director- fundador hasta 1943 de El Museo de Arte Moderno de Nueva York (Barr permaneció hasta 1968 como director de colecciones), contribuyeron a disminuir la segregación entre los mundos paralelos de “insiders” y “outsiders” como bien dice uno de los textos en la exposición, y representa formidables esfuerzos, sin los cuales Outliers no sería posible, muchos menos en el museo que la acoge.