Lo que enseña y divierte la lectura de Pérez Reverte no se paga con dinero común. Es novela de aventuras, es creación estética y artística, pero es también repaso de la historia de España.
El capitán Alatriste es un héroe de verdad: es tal vez el personaje más característico de su creador, Pérez Reverte. El autor, con un excelente dominio del castellano y con una ubicación histórica privilegiada y verosímil, en el escenario de las primeras décadas del siglo XVII, nos regala las narraciones del valiente veterano de Flandes, aventurero, único en el dominio de la espada, y asistido -siempre de modo discreto pero salvador- por su escudero, el joven Íñigo de Balboa. Diego Alatriste es un héroe con claros y con oscuros, lleno de humanidad. Cauteloso, siempre vigilante, de pocas palabras. Él sabe, como muy pocos lo suelen saber, que en su pasado si bien hay acciones heroicas y singulares, hay también asuntos sobre los que es mejor no hablar. Tiene muchas experiencias y muchas heridas ya cicatrizadas; su vida siempre ha pendido de un hilo, y de la capacidad de manejar su espada y su daga para defenderla. También supera, con creces, circunstancias ante poderosos y abogados, en las que lo único es el ingenio en el diálogo y la sensatez: “… de modo instintivo, el capitán llevó la mano a la empuñadura de la espada que no llevaba. -¿Dónde está la trampa, voto a Dios?”. Encarna una humanidad, generosa, capaz de grandes acciones y sacrificios, pero también astuta y enfrentada a la realidad cruel de desenvolverse en un mundo en el cual -con mayor frecuencia de la debida- el prójimo trata de aniquilar y aplastar al prójimo. Los lectores de Alatriste conocen de las argucias y habilidades casi diabólicas de uno que es -también por excelencia- antihéroe: Gualterio Malatesta, sicario, genial esgrimista, malandrín de alto vuelo, criminal con sus escrúpulos a sueldo.
Pérez Reverte nos dibuja magistralmente, no solo el carácter de Alatriste, espadachín insuperable, amigo de Quevedo y de Lope, contertulio de Velásquez, fiel servidor de los Austrias entonces gobernantes de las Españas. Nos invita a recrear el espíritu de Madrid al inicio del reinado de Felipe IV; al hacerlo, nos presenta una radiografía de toda la hispanidad que conoció mejores momentos.
Sobre el siglo de oro, reflexiona el autor de Alatriste en este párrafo a través de uno de sus protagonistas: “…Singular carácter el nuestro. Como alguien escribiría más tarde, afrontar peligros, batirse, desafiar a la autoridad, exponer la vida o la libertad, son cosas que se hicieron siempre en cualquier rincón del mundo por hambre, ambición, odio, lujuria, honor o patriotismo. Pero meter mano a la blanca y darse de cuchilladas por asistir a una representación teatral era algo reservado a aquella España de los Austrias que para lo bueno, que fue algo, y lo malo que fue más, viví en mi juventud: la de las hazañas quijotescas y estériles, que cifró siempre su razón y su derecho en la orgullosa punta de su espada…”.
Lo que enseña y divierte la lectura de Pérez Reverte no se paga con dinero común. Es novela de aventuras, es creación estética y artística, pero es también repaso de la historia de España, visión de uno de los momentos más importantes de su papel del escenario mundial, el renacimiento y el barroco, y es psicología, descripción profunda y precisa de lo amargo y de lo dulce del ser humano. Y es, cómo no decirlo, una magnífica y oportuna lección del buen manejo del idioma castellano que nos lleva a querer recordar unos versos de Cervantes, inmortales y fotográficos: “Esto oyó un valentón, y dijo: -Es cierto / cuanto dice voacé, seor soldado. / Y el que dijere lo contrario miente. / Y luego, incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.