Varios episodios recientes me hacen temer que sea largo el camino del nuevo gobierno hacia un nuevo rumbo.
“Precipitación y superficialidad son las enfermedades psíquicas del siglo XX, y más que en cualquier otro lugar, esta enfermedad se refleja en la prensa”, decía el Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn. La semana pasada, los colombianos tuvimos el placer de dar por terminado el gobierno de Juan Manuel Santos. “Cesó la horrible noche”, dijeron los amigos del Centro Democrático; pero yo no diría que esta vaya a cesar hasta que el país se reencauce por donde debe ser. Y varios episodios recientes me hacen temer que sea largo el camino del nuevo gobierno hacia un nuevo rumbo:
- El gobierno de Santos tuvo ocho años para declarar el reconocimiento de Palestina como Estado, pero esperó a que faltaran tres días antes de irse, para hacerlo, demostrando así que lo único que quería era dejarle una “papa caliente” al nuevo gobierno, el cual habría debido tener el derecho de asumir una posición libre, no impuesta por una actuación cobarde y malévola de sus antecesores.
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El reconocimiento de un país tiene unas implicaciones en términos económicos, comerciales y de participación en organismos internacionales, especialmente con otros países que se niegan a reconocerlo. En este caso, esas consecuencias son en cuanto a las relaciones con Israel, que es un país que, aunque pequeño, tiene una grandísima injerencia internacional y es tan importante para los Estados Unidos en términos políticos, que ha sido llamado “el Estado 51”.
Yo estoy de acuerdo con que los palestinos tienen derecho a su autonomía y a su soberanía y lo he defendido desde hace 25 años, cuando estuve en por primera vez en Jerusalén. Pero, si el gobierno de Santos quería mantener hasta el final relaciones cordiales con Israel, pero tenía, al mismo tiempo, el ánimo de reconocer al Estado Palestino, lo debía haber hecho sin secretos, desde hace tiempo, y asumir las consecuencias políticas; pero no a pocas horas de salir de la Presidencia, sin ninguna valentía y sin ningún respeto por las tradiciones acerca de los protocolos internacionales.
- Pero llama la atención que la tormenta en las redes sociales no se haya armado por el descaro de Santos, sino por el discurso del presidente del Congreso, Ernesto Macías, en la transmisión de mando, que no es sino reflejo de las posiciones que, cada vez con más justicia, se han ido convirtiendo en las más generalizadas en este país, a través de los ocho años del gobierno de Santos. Como dijo en su momento un prestigioso analista, los discursos del presidente de la República y del presidente del Congreso son dos caras de la misma moneda: el de Macías hace balance del país que nos entregó el doctor Juan Manuel Santos, y el del presidente Duque traza el camino que iniciamos todos los colombianos hacia la reconstrucción de un país, después de un gobierno fracasado que cambió cinco veces de candidato para ganarle a la oposición y que, sin embargo, las perdió y solo pudo alcanzar un 8% de los votos entre los dos candidatos oficialistas. Esa es la cifra más contundente de ese fracaso.
Nadie puede refutar las cifras y la contundencia de las verdades del discurso del senador Macías. Es loable que el presidente Duque, “el presidente de todos” llame a la unidad y busque crear consensos y construir sobre lo destruido; pero es preciso recordar que fueron, precisamente, los santistas quienes redujeron las discusiones a un “sí” o un “no”, a un “bueno” o un “malo”, o a un “guerrerista” o un “amigo de la paz”.
El reto ahora es el de trabajar juntos sin epítetos, sin ofensas, sin ataques a personas sino a las ideas nocivas y a las malas obras. Que la capacidad de disertación sea la guía.
- Capítulo aparte es la ridiculización máxima a la que llegó el presidente Santos (porque siempre tendrá rango de “presidente”, como lo es el presidente Uribe, gústele a quien le guste), al convertirse en youtuber. El mandatario está en su absoluto derecho a hacerlo y diría yo que ese es su natural espacio. ¿Quién más adecuado para ridiculizarse a sí mismo que un presidente frívolo? Ese fue siempre su papel. Nunca pensó en la legalidad, ni en la seriedad, o en la profundidad y el impacto de sus ejecutorias, sino en su propio beneficio.
El vídeo en YouTube muestra su necesidad de reconocimiento y de la popularidad que nunca logró como estadista, porque jamás cumplió como tal. Siempre busco ser una personalidad y no un presidente.
Vemos así a un mandatario cuyo principal asesor es su hijo, que, a pesar de ser mayor de edad, tiene comportamiento de adolescente. Y, como la mayoría de los youtubers son adolescentes…. De ese tamaño termina su gobierno.
- Queda también un mal sabor de los nombramientos tardíos que, a ritmo farandulero, Santos hizo, en los últimos días, de exfuncionarios de su gobierno, en embajadas no merecidas, atornillando a sus cuotas políticas en los puestos de representación internacional, sin consenso con el gobierno entrante. Es el caso de un exministro que sale por la puerta de atrás, como el doctor Guillermo Rivera, a quien Santos pretendió dejar, por años más, en la embajada chilena.
Es increíble ver cómo el presidente y la canciller salientes le quisieron “meter ese gol” al gobierno entrante (porque llegamos al absurdo de que las “grandes ejecutorias” de un gobierno sean los “goles” contra los demás). Una canciller que se vendió como rigurosa y técnica no debía prestarse para terminar su gestión convertida en la antípoda de lo que es un canciller serio.
Mucho tendrá que mejorar el Estado Colombiano en la definición de los méritos y los protocolos que se deben cumplir para representar a Colombia en el Exterior.
Debo decir que, aunque nunca me consideré santista, al igual que muchísimos colombianos, no inicié como antisantista. Mis críticas a su desgobierno son fruto de la curva del propio Santos, que, a pesar de que comenzó con un gran respaldo y con un compromiso que parecía real con los colombianos, se fue prostituyendo en el camino hasta llegar, como hemos visto, a ser conducido solamente por los móviles y las recetas de su hormonado hijo.
Tengo fe en que el nuevo gobierno no nos dé risa y no reduzca las discusiones, sino que las amplíe y las fortalezca, con la participación de todos, especialmente de sus contradictores, para que todos, con talente responsable y constructivo, recuperemos la democracia que el clímax de la frivolidad del gobierno saliente casi borra, porque, como decía Nietzsche: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”.