El grado de bachiller

Autor: Henry Horacio Chaves
29 noviembre de 2019 - 12:00 AM

Mientras el país celebra las ceremonias de grado de sus bachilleres, lamentamos la muerte de Dylan Cruz quien no alcanzó a recibir el título, producto de la herida que sufrió cuando participaba en una marcha. Encontrar puntos de acuerdo para levantar el paro, sería el mejor homenaje a su memoria. 

Medellín

Es el cierre de una etapa fundamental de formación, la fecha con la que empezamos a soñar desde que abrimos la mente a la conciencia en eso que llamamos uso de razón y que nos enseñaron que significaba abandonar el pensamiento de ensueño para regirnos por la lógica. Una etapa en la que comenzamos a construir recuerdos y desde la cual nos fijamos como meta recibir el grado de bachiller.

Para muchos, en efecto significa el punto de llegada en materia educativa, para otros afrontar una de las decisiones más difíciles y definitivas de la vida: ¿qué voy a estudiar? Que es una manera de preguntarse ¿qué voy a hacer en la vida o con mi vida? Uno de los momentos en los que se pone a prueba la capacidad de análisis y se contrasta con los gustos, las vocaciones, los sueños y aspiraciones, pero que en ningún caso está libre de preocupaciones, incertidumbres y temores.

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Y es que la razón, más allá de las aproximaciones filosóficas y académicas, es precisamente la facultad humana por la que se llega al conocimiento haciendo uso del lenguaje, del discurso como posibilidad de plantear ideas. Implica por supuesto expresar fundamentos y argumentar afirmaciones, abandonando la idea de imponer por la fuerza los puntos de vista, las creencias o los intereses propios. No es renunciar a ellos sino tramitarlos desde la inteligencia que nos hace animales distintos. Un asunto que, con tantos otros, debemos aprender en el proceso de crecimiento que nos conduce al día del grado.

En cada ceremonia como las que se adelantan por estos días en los colegio públicos y privados del llamado calendario A en el país, se mezclan los nervios con el orgullo familiar de una tarea cumplida, de una cantidad de expectativas que se abren, del cierre de esa etapa fundamental y el comienzo de una época de mayor autonomía, de adiós a los uniformes, los timbres del cambio de clase, en muchos casos de los transportes escolares y obviamente de despedidas de personas, hábitos y lugares.

En cada reunión de estas, cuando avanza el llamado uno a uno, mientras el corazón late emocionado esperando escuchar nuestro apellido, conviene recordar el de Cruz, que seguro estaba entre los primeros el lunes en la ceremonia de grados del Colegio Distrital Ricaurte de Bogotá.   El cartón con el nombre de Dylan Cruz lo tuvo que recibir su hermana Denis porque él estaba en un hospital luchado por su vida, en una batalla que perdió prematuramente. Denis, la familia, pidió como homenaje a él alcanzar esa paz que nos resulta esquiva, acabar la violencia y, en otras palabras, acudir a la razón para tramitar las diferencias.

Dylan, desde el momento en que resultó herido en una calle en la que ejercía el derecho a la protesta, se convirtió en símbolo de una marcha que aún no termina, pero también en la esperanza de tender puentes de encuentro, espacios de diálogo y negociación. Su muerte, que en las últimas horas Medicina Legal atribuyó al “impacto de municiones ‘bean bag’, que contienen perdigones de plomo” no debió ocurrir. Nada justifica trucar una vida como la suya, no hay argumento que logre justificar su muerte, ni lenguaje para poderla explicar desde el punto de vista ético. En esta tribuna no nos cansamos de repetir que la vida es sagrada, la de todos, la de los obreros, la de los policías, las del médico y el artista, claro la de los estudiantes y la de los ignorantes.

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El informe oficial sentencia que “los hallazgos de la necropsia permiten afirmar que la muerte del joven es secundaria al trauma cráneo-encefálico penetrante; ocasionado por munición de impacto, disparado por arma de fuego; lo cual ocasiona severos e irreversibles daños a nivel del encéfalo”. Pero ninguna de esas palabras alcanza para explicar que un joven que debería estar celebrando el grado de bachiller esté muerto. Como tampoco explica un eufemismo como “arma de baja letalidad” que utilizó el director de la policía, general Óscar Atehortúa, la utilización de escopetas y municiones de parte del Esmad contra quienes participan de las marchas y las protestas. Lo que traduce el informe de Medicina Legal es homicidio y ese, como cualquiera otro, es inaceptable, indefendible.

Nada le devolverá la vida ni reparará el daño para su familia, para la sociedad herida. Pero es urgente evitar que haya otros casos, urge encontrar puntos de unión, palabras que expresen ideas y ayuden a construir acuerdos. Que superemos esa especie de solipsismo generalizado que nos hace pensar que solo cada uno de nosotros existe y que nos reconozcamos en el otro como un semejante que nos ayuda a definir, tanto desde lo que nos diferencia como desde lo que nos hace iguales.   Que quienes acaban de recibir el grado, o lo reciben hoy, puedan disfrutar la esperanza de un futuro en el que la vida no sea tan frágil.

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