Aquellas 17 páginas de la ANMC contienen incoherencias, conflictos, confusiones, mezclas de conceptos que generan un efecto de oscurecimiento racional para quien quiera aproximarse al discernimiento de un problema como el de la asignación justa de recursos en caso de triaje
Son frecuentes las voces que pretendiendo ayudar –y considerándose idóneas para ello- añaden confusión y desorientación en entornos ya suficientemente convulsionados y confundidos. Tal es el desafortunado caso de un extenso documento expedido el 14 de mayo por la Academia Nacional de Medicina de Colombia. Sus 17 páginas contienen contradicciones, incoherencias, partes de verdad, versiones contrapuestas, choques argumentales y conceptuales, que en últimas hacen de ese intento un factor adicional de confusión y de equívocos. Con el objeto de poner de acuerdo a muchos, en cuestiones técnicas que implican discernimiento profundo, han obtenido una mixture de color indefinido.
La extensión del título del documento de la ANMC habla de lo que será su heterogéneo contenido. Los títulos largos, cuya sola lectura ya genera dificultad respiratoria, son un feo y conocido vicio de los académicos: “Recomendaciones de la Academia Nacional de Medicina de Colombia para enfrentar los conflictos éticos secundarios a la crisis del Covid-19 en el inicio y mantenimiento de medidas de Soporte Vital Avanzado”. Al final hay un apoyo bibliográfico que comprueba la intencionalidad de crear una abigarrada mezcla de fuentes y orientaciones teóricas la cual termina por entorpecer una pretendida claridad. Con esas fuentes sólo se intenta justificar un escenario de abundantes ramas, sombras, troncos en descomposición, raíces semi-ocultas y otros obstáculos que hacen imposible ver el bosque.
Desde su primer párrafo se pone en evidencia el sabor múltiple y bizarro del documento. Comienzan promulgando el principio de la beneficencia. Acto seguido desvirtúan el propio principio al añadir: “… en estado de excepcionalidad se modifican de manera fundamental algunos de los elementos tradicionales de la práctica médica”. Se refieren a una transitoriedad del principio de la beneficencia. O sea: el principio a veces lo es, otras veces no lo es; depende de las circunstancias, y de lo que opinen unos académicos. Han convertido -golpe de magia- un principio en algo que a veces no opera.
Más adelante, tropiezan con una falsedad: “el proceder ético del médico frente al Soporte Vital Avanzado, por fuera del escenario de crisis, está basado en buscar el beneficio para el paciente, sin tener en cuenta las consecuencias distributivas de tales decisiones…” Eso no es así. Revela una visión unilateral del enfoque de las diferencias entre disponibilidad (oferta-demanda) de recursos tecnológicos en la práctica. Omiten un hecho cierto: en condiciones normales de la práctica, el escenario también es de relativa escasez. Siempre, la justicia y el equilibrio (noción de la proporcionalidad) están presentes en los procesos juiciosos de decisión-acción clínica. Esto hace parte de otro principio hipocrático, racional y no negociable: “… del daño e injusticia lo preservaré”: la futilidad es también mala práctica, en pandemia y sin ella.
Alcanzan conclusiones absurdas al reiterar la “no discriminación” y decir que no se aplicarán “criterios de valor social del paciente”. Después de esa idea añaden en el párrafo siguiente: “… hay que tener en cuenta el valor instrumental de los trabajadores de la salud”, sugiriendo para estos un “tratamiento especial”.
No es conciliable una bioética que parte del principio del respeto a la dignidad inherente del ser humano, del no negociable valor de la vida humana (de todas, sin discriminación) y del inaplazable compromiso hipocrático de la beneficencia, con una ideología materialista utilitarista. No existe conflicto entre los principios racionales y la realidad. Por ello no hay conciliación con una de las teorías éticas de moda, la relativización de principios, la mediocre justificación de que con los cambios de escenarios y de opiniones cambian los valores. El pragmatismo utilitarista de Bentham se limita a los fríos análisis costo-beneficio en términos de utilidad; ello contraría a la realidad del valor intrínseco del ser humano, sobre todo, cuando su vulnerabilidad es máxima. Cuando se aniquilan los valores perennes, se comienza a navegar en las aguas turbias del subjetivismo y el relativismo, escenarios en los cuales los sentimientos e intereses mayoritarios de determinados grupos se convierten en “pautas éticas”. Eso es apenas autoritarismo y -como no- a muy poca distancia, totalitarismo.
Aquellas 17 páginas de la ANMC contienen incoherencias, conflictos, confusiones, mezclas de conceptos que generan un efecto de oscurecimiento racional para quien quiera aproximarse al discernimiento de un problema como el de la asignación justa de recursos en caso de triaje. Con razón se invoca recientemente la advertencia de Alasdair MacIntyre: “¡Cuidado con los expertos!”.