En su orfandad de capacidades al perfumado solo le queda vivir de alabar a aquel gobernante para seguir recibiendo sus migajas
Mucho se habla del poder como ese oscuro círculo de la soledad y no fallan la literatura y los testimonios de quienes así lo describen. Nadie más solitario que un líder con poder, pues pocas personas se acercan con sanas intenciones; porque su familia y amigos -en el caso de los honestos- poco o nada pueden recibir aparte de tiempo y paz que su allegado no pierde en ese intento por gobernar bien.
Los perfumados, lacayos del líder de turno, lo persiguen en sus batallas dentro y fuera del poder, son guerreros a sueldo en corrillos, bazares y hoy en las redes sociales; reciben las sobras de la mesa de su rey con alegría y dispuestos a hacer de kamikazes para estrellarse contra el siguiente gobierno que no dio continuidad, contra quien ose atacar a su rey o en álgida confrontación por volver a obtener esas mieles del triunfo, aunque para los perfumados con solo una gotera de agua miel que lamen en el piso, es suficiente.
Poco o nada sabe o tiene como talento o virtud un perfumado. Es un experto en halagos, alabanzas y en regar su falaz versión de ese rey que -aunque desnudo- describe como el más bien-lucido de los monarcas. En su orfandad de capacidades al perfumado solo le queda vivir de alabar a aquel gobernante para seguir recibiendo sus migajas, solo le queda ser lambón a una causa que aunque desconozca o no dimensione, como un caballo con riendas apretadas y sin visión; solo va a los empellones con las palabras y las ganas esperando el aplauso de su patrón.
Tantos perfumados hay como monarcas que reinan. Saben posar de grandes consejeros, asesores o personajes claves en un gobierno, pero desconocen que el rey y su verdadera corte los ven como juglares que estorbaron en campaña y ahora más en gobierno, pero que son más útiles, con su ruido y su mediocridad, en el menester de aplaudir y de llevar y traer el chismorroteo que siempre es útil para entender lo que piensa o quiere la plebe.
Pobre de aquel perfumado que se jacta del momentáneo estado, pues solo está sumergido en una falsa noción de poder y en lugar de menospreciar a los demás integrantes de la Corte o burlarse de mercaderes, sirvientes y del pueblo; debería saber servir, servir y servir pues más temprano que tarde volverá a verse rodeado de sus semejantes, pisando la calle sin tapetes ni carruajes y mordiendo el polvo de la realidad.
Pobre vida y pobre realidad la de los perfumados.