Hay que abrir el debate sobre la educación digital, su oportunidad, el cómo y los niveles: pregrado o posgrado. El bachillerato merece una discusión aparte, por la brecha digital existente.
Cuando se escriba la historia de este momento en Colombia, se pondrá en alto relieve el papel que cumplieron las universidades al establecer, en forma tajante, la suspensión de clases y el cierre de las aulas a partir del lunes 16 de marzo. Fue un aviso certero sobre lo que venía en camino. No hubo apelación ni vuelta atrás así, por ejemplo, las casetas, tiendas y restaurantes universitarios debieran perder las provisiones de esos días y parte de su capital, porque el anuncio fue intempestivo. Durante esa semana, todos los profesores fuimos convocados, como por arte de magia, a convertirnos en expertos en tecnología digital, locución, escenografía, camarografía e iluminación; a ensayar para hablar ante una pantalla a unos estudiantes de quienes solo se ven sus iniciales, a grabar videos y a manejar con soltura exposiciones y documentos que se deben compartir en la pantalla para que al otro lado, los estudiantes, quizás todavía “empiyamados”, no se aburran.
Pero, claro, no en todos los casos obró el milagro. Por primera vez se invertían los papeles: en el aula tradicional el profesor manda porque impone su figura a una audiencia cautiva y tiene un bolígrafo para llamar a lista; en el mundo digital, los estudiantes son más hábiles y tienen más conocimiento tecnológico que los profesores, lo cual muchos asumen con humildad y otros no tanto. Frente a la pantalla, se pierde la esencia de la interacción humana, el calor de la conversación, la fluidez del diálogo. Inclusive, el profesor puede terminar en un solitario monólogo frente a una incómoda cámara.
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El aula de clase es un lugar sagrado, libre de interferencias externas, gracias al Derecho Fundamental a la libertad de cátedra. Hasta ahora, para bien o para mal, lo que se decía y se hacía en el salón de clase, allí se quedaba. Hasta ahora no hubo cámaras en las aulas. Con las plataformas (Teams, Zoom, Meat) que se utilizan para reuniones “on line” y para impartir clases virtuales se rompe ese principio: las clases quedan grabadas y pueden ser observadas por cualquier persona a quien se habilite el acceso, lo cual molesta más a los estudiantes que a los mismos profesores, porque no estamos libres de tener por ahí algún inspector tomando nota.
En su primer mes, el balance de este ensayo es agridulce, tanto por razones técnicas, como económicas, sociales, pedagógicas y procedimentales.
En las primeras semanas de confinamiento, conocimos a través de redes sociales, las numerosas quejas de estudiantes, de universidades públicas y privadas acerca de las dificultades económicas de sus familias para pagar la conexión a Internet, especialmente teniendo en cuenta que por la parálisis económica, muchas personas dejaban de percibir ingresos para cumplir con sus compromisos: mercado, arriendo, servicios, deudas, tarjetas de crédito, etc. De esta manera, la pandemia puso al descubierto que la brecha tecnológica es económica y que la propaganda oficial de “Internet para todos” o “Internet gratis” era otra venta de humo, como tantas en este país de anuncios espectaculares y obras casi inexistentes. Por esta vía, el acceso a la educación se convirtió en motivo de discriminación por razones económicas. Hay estudiantes que utilizan los datos de su teléfono celular para poder “asistir a clases digitales”. Sin contar los numerosos ejemplos de familias que tienen deficiencias en el servicio y se pasan semanas enteras esperando la visita de los técnicos.
Para los profesores puede ser cómodo “dictar” clase desde su casa. Los más inconformes son los estudiantes, quienes ansían regresar a la educación presencial, al salón de clase, a los espacios universitarios. “La virtualidad genera distancia entre maestro y estudiantes, yo veo al maestro en una situación distinta”, dice una estudiante cuando pregunto por esta experiencia. Ansía el encuentro en el salón, “donde todos aportan y a través de la fusión de perspectivas” se forma criterio.
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Encender la pantalla puede violar la privacidad de cada estudiante. A muchos no les gusta que los vean en su espacio de intimidad y no todos cuentan con una oficina hábil para recibir clases, resguardada de las otras actividades de la casa, casa que por lo demás pierde su encanto cuando se convierte en aula, oficina, gimnasio, parque y otros usos más. “Antes, cuando llegaba a la casa, era para hacer diversas actividades como escribir, pintar y compartir con los míos. Creo que ahora esa barrera se ha roto, no parece el hogar porque estamos llenos de cosas que son de la universidad”, dice un testimonio.
Quizás por falta de planeación o de acuerdos previos, los profesores nos lanzamos a saco sobe los estudiantes y los llenamos de tareas, documentos, talleres, informes, que no alcanzarán a resolver ni con diez cuarentenas más. No les estamos dejando tiempo para respirar, para reflexionar, para hablar con su familia y sus amigos, para ver los mil documentales que les ofrecen, las visitas guiadas a los cincuenta museos más importantes del mundo, el número indeterminado de conciertos, las películas atrasadas y las quinientas conferencias diarias sobre cómo aprovechar el tiempo del confinamiento o cómo ser emprendedor en casa o como ser el mejor cocinero de la familia, además de soportar los miles de mensajes y memes que se transmiten por whatsapp, que constituyen una pandemia peor que la del virus que nos encerró.
Además, los estudiantes también se enferman, también tienen crisis y problemas, los propios y los de la familia. Muchos ahora sufren de insomnio. “Y ni siquiera es por hacer trabajos, a veces es porque simplemente tienen ansiedad por este cambio de rutina, por los problemas familiares que ahora no se pueden ignorar, o por la infodemia que estamos padeciendo”, dice a manera de testimonio, una estudiante al otro lado de la pantalla.
Al menos por ahora, la educación digital no es el paraíso soñado. Nos falta mucho camino por recorrer en materia de “pedagogía y virtualidad”. Si continuamos así, vamos a perder muchos estudiantes por el camino. Para ellos, la socialización es muy importante.