Debido a esta farandulización –perdón por el forzado neologismo– ahora es más importante la “estrella” que lo que diga el entrevistado de turno, sea este de bajo, medio o alto nivel, hombre o mujer, nacional o extranjero, artista, político o funcionario.
Por la reciente conmemoración de su día clásico y a causa de un grotesco episodio que deslució todo lo grato de la efemérides, el periodismo colombiano estuvo la semana pasada en las primeras páginas, las mismas que acostumbra adjudicar a todo lo bueno, regular o malo que acontezca en el país.
Con frecuencia se apela a la estereotipada figura del “Florero de Llorente”, para significar que algún hecho singular ha desencadenado una serie de situaciones merecedoras de la máxima atención por parte de la comunidad.
Aunque por las reacciones hasta ahora conocidas así pudiera interpretarse el bochornoso espectáculo ofrecido por los periodistas Vicky Dávila y Hassan Nassar, hay que recordar, en beneficio futuro del propio periodismo, que de las grandes crisis, si son bien aprovechadas, suelen salir las mejores soluciones.
Resulta propicio este difícil momento para intentar algunas reflexiones, con todo respeto y humildad, a sabiendas de la muy virulenta respuesta que sobrevendrá por parte de quienes de pronto puedan sentirse aludidos, lo que resultaría apenas normal.
Sea lo primero reconocer que un gran segmento del periodismo nacional –desgraciadamente el de mayor influencia radial o televisiva– fue conquistado hace rato por la farándula, la banalidad y el chisme barato, bases deleznables sobre la cual se sustenta falsamente.
Con base en esas herramientas, si así pueden llamarse, y al “estrellato” forzado que quieren alcanzar o alcanzaron ya, se han convertido en figuras, figurines o figurones unos personajes que nada tienen que ver con esos grandes maestros que trazaron el rumbo y la pauta de conducta, cuando hace sesenta años comenzó a darse el gran viraje hacia la modernización de la profesión.
Debido a esta farandulización –perdón por el forzado neologismo– ahora es más importante la “estrella” que lo que diga el entrevistado de turno, sea este de bajo, medio o alto nivel, hombre o mujer, nacional o extranjero, artista, político o funcionario.
Estos son los que Vicky Dávila, en su columna exculpatoria de Semana, definió como “los habilidosos periodistas-negociantes que no han dejado de beneficiarse de todos y cada uno de los gobiernos durante décadas y están ricos”, en un señalamiento que hace rato la mayoría de colombianos tenían por cierto, con ella incluida.
Aquí es donde cabe preguntar hasta qué punto el mismo Estado y sus personeros de turno han contribuido de manera consciente a esta innegable decadencia, mediante el convenio no suscrito pero implícito, consistente en yo te doy y tu me das, un simple trueque entre millonarias pautas y apoyos desmedidos y permanente, y a veces hasta cómplices silencios.
Por eso es que a veces algunas situaciones que ameritarían un ejercicio distinto del periodismo pasan prácticamente inadvertidas para no molestar al poderoso de turno, y se omite ahondar en ellas y trabajarlas hasta el final con todas sus consecuencias.
Por eso el caso Zapateiro-Popeye y la carta sobre indignidades enviada al presidente por el senador, Iván Marulanda no pasaron de ser pintorescos o anecdóticos episodios, ante el displicente tratamiento que en su dejadez les dieron la mayoría de medios importantes, lo que no habría ocurrido en cualquier otro país con un periodismo más profesional y menos comprometido con el poder.
Los grandes avances tecnológicos, a veces tan mal utilizados, no pueden borrar de un plumazo el ejemplo y la impronta que dejaron los pioneros del periodismo radial y escrito, cuyas ejecutorias y virtudes en nada se aparecen a la fatuidad con que actúan y se sienten hoy sus inmerecidos sucesores.
TWITERCITO: La romántica búsqueda del modesto animalito de chivera, se cambió hace rato por el signo $$$