Se impone la urgencia de un pensamiento propio latinoamericano, un proyecto autónomo diferente de los mandatos del Imperio. Es nuestra gran oportunidad de trabajar en la construcción de un nuevo orden latinoamericano, no impuesto por las potencias.
Quiero volver sobre la necesidad de un nuevo orden latinoamericano, ahora desde la perspectiva geopolítica que está operando en el mundo como consecuencia de la crisis generada por el Coronavirus. En columnas anteriores publicadas en este mismo espacio habíamos trabajado iniciativas que enriquecieran el pensamiento crítico latinoamericano, requerido por una sociedad convulsionada por el neoliberalismo impuesto por las grandes potencias y en riesgo de que desaparezca la poca autenticidad, que hemos podido preservar frente a la dominación colonial europea y más reciente del imperio norteamericano. Ante hechos como el cuestionamiento de las políticas neoliberales y la globalización, el debilitamiento del liderazgo de Estados Unidos, la nueva guerra fría entre USA y China y el surgimiento de nacionalismos autoritarios en muchos países, es cuando urge repensar el futuro de nuestro subcontinente.
En “La Filosofía aquí y ahora”, cátedra virtual de la televisión argentina, reconocidos pensadores de ese país analizan problemas filosóficos de interés general, me he encontrado con la conferencia “Filosofía y colonialismo” de Luciano Traverso, que me ha animado a continuar reflexionando sobre lo que puede venir para Latinoamérica y nuestro país, ante el nuevo orden mundial pospandemia.
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Luciano Traverso inicia su presentación afirmando que con el llamado Descubrimiento de América en 1492 no fuimos descubiertos por nadie, los indios no estábamos escondidos como para que alguien viniera a descubrirnos. La llegada de los peninsulares a América fue un hecho relacionado con la expansión de capitalismo europeo, que requería globalizarse mediante la ampliación de los mercados para sus mercancías para lo cual precisaba, además, fuentes de materias primas. Para sus propósitos expansionistas, el conquistador optó por esclavizar a los nativos y arrebatarles el oro, la plata y sus tierras, para lo cual disponía de la espada y la cruz, dos poderosas armas, la primera de exterminio para los rebeldes y la segundo para el sometimiento servil al nuevo amo, que le estaba evangelizando en la única verdad y sacando de su condición salvaje, carente de un alma inmortal: ¿Cómo no agradecer al salvador que le estaba dando un alma para la salvación eterna?
Más tarde, cuando los indios fueron reducidos casi hasta su exterminio, llegaron los esclavos africanos a reforzar el despojo de nuestros bienes naturales. Entonces el conquistador convertido en hacendado y minero, dispuso de una nueva arma de dominación: la racionalidad creada por la Ilustración. Esto convenció al hombre europeo de su superioridad sobre los demás pueblos del mundo, cuyos máximos ideólogos fueron Renato Descartes e Immanuel Kant, el primero con su dualismo alma-cuerpo y el segundo con la racionalidad como máximo logro de la mayoría de edad exclusiva de la Ilustración, la conveniente y acomodada interpretación que hizo el conquistador del texto kantiano “¿Que es la Ilustración?”. La razón europea complementó a la religión como nueva arma de dominación en manos del peninsular. Un mundo de colonias al servicio del capitalismo europeo.
Hechos posteriores como el triunfo de los aliados en la Primera Guerra Mundial permitió a las potencias europeas la repartición de las grandes reservas petroleras del Medio Oriente, pero ya el imperio inglés había ideado un nuevo sistema de colonialismo, no basado en la ocupación física de los países sojuzgados, sino en el dominio económico por medio de empréstitos y condiciones onerosas impuestas por los acreedores, sistema que heredó y perfeccionó el imperialismo norteamericano.
Martin Heidegger, el pensador alemán más influyente del Siglo XX y de la filosofía occidental, en su libro “Crítica de la Modernidad Capitalista” cuestiona todo el andamiaje de la racionalidad europea y lapida su apocalíptica sentencia: “El Capitalismo con su técnica está arrasando la Tierra”, lo que reafirmó en un reportaje concedido a Der Spiegel con “Esto ya no es la Tierra”. Hoy todo esto lo está ratificando USA con el retiro del Protocolo de Kioto, del Acuerdo de Paris y de la Organización Mundial de la Salud, así como con la negación del calentamiento global. Salvar los bancos antes que la vida en el planeta es la consigna de los estados, tal como lo muestran las acciones de rescate durante las crisis de finales de los 90 del siglo pasado y del 2008.
Ahora la debacle económica y de salud mundial generada por la pandemia que exige la intervención del Estado para la atención de la contingencia, lo opuesto a las políticas neoliberales y su principio rector, la libertad del mercado sin o muy poca intervención estatal. En opinión de muchos analistas vamos hacia el fin del neoliberalismo y a un nuevo orden mundial, donde se impondrá lo político sobre lo económico y el mercado, esencia del neoliberalismo, cuyo objetivo principal ha sido la acumulación de riqueza.
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Este tema lo aborda también el columnista de este periódico Iván de J. Guzmán con su afortunada radiografía del antihumano neoliberalismo “La sociedad del desamparo, de la incertidumbre del hombre abandonado por el Estado, del hombre considerado como simple mercancía”. Asimismo considero pertinente para este debate la lectura de Sygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, que habla de la “Modernidad Líquida” y su opuesto la socialdemocracia “Sociedad Sólida”, sistema que floreció en Europa y Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y que se mantuvo hasta la llegada del neoliberalismo en la década de los 80.
Aquí es donde se impone la urgencia de un pensamiento propio latinoamericano, un proyecto autónomo diferente de los mandatos del Imperio, “pensamiento situado” que llama Luciano Traverso en su conferencia, atrás referida. Es nuestra gran oportunidad de trabajar en la construcción de un nuevo orden latinoamericano, no impuesto por las potencias.
Por ahora y para terminar quiero volver a la propuesta de un capitalismo social que trae Thomas Piketty en su último libro “Capital e ideología”. Fundamentalmente se trata de un llamado a estudiar en profundidad la experiencia socialdemócrata, una igualdad inconclusa, como la llama Piketty. Antes las amenazas que se ciernen sobre la democracia liberal, la salida puede estar en la construcción de una sociedad más justa, basada en un socialismo participativo y en el federalismo social.
La renta social como prestación económica dirigida a la cobertura de los gastos básicos de las personas, familias y otros núcleos de convivencia que se encuentran actualmente en situación de pobreza, que proponen los movimientos progresistas de nuestro país para ayudar a mitigar la calamidad social que está sufriendo la población más vulnerable, agudizada con la pandemia, es muy similar a la propuesta de Piketty: Un socialismo participativo que distribuya la riqueza para permitir que el 50% más pobre de la población posea una parte significativa del capital, y con ello ingrese de manera activa en la vida económica y social de la nación.