Como en varias ciudades colombianas y latinoamericanas, la crisis económica está arrojando a los venezolanos a las calles para convertir el espacio público ahora en su hogar obligado.
La severa crisis económica y social de Venezuela ha modificado los paisajes de la capital, no sólo por la existencia de ciudadanos que buscan comida en la basura, sino también por la presencia de personas que han tomado los puentes como lugares de abrigo, algunos ya habitados por antiguos residentes.
En un recorrido por Caracas, se pudo constatar que debajo de un puente del este de la ciudad pasan su día a día unas 30 personas, casi todos pertenecientes a una misma familia, y desde allí se movilizan a los semáforos cercanos a pedir comida o lo que los conductores tengan a bien regalarles.
"Estamos aquí porque tenemos cuatro años en un refugio al que nos llevaron cuando una lluvia se llevó la casa, no nos dan trabajo, ni una vivienda y ahora ni siquiera comida", contó Andy, de 32 años, padre de tres hijos menores de cuatro años, que junto a su pareja, de 23 años, vive bajo de ese puente desde hace meses.
Esta familia vive con hermanos, primos, sobrinos, vecinos y otros en su misma condición.
Andy cuenta que la Policía lo ha amenazado con llevarlo preso y que agentes del programa social que aborda la indigencia llamado "Negra Hipólita" también han pasado y hace pocos días se llevaron a una niña de doce años contra la voluntad de ella y la de su madre.
"Nos dicen que tenemos que irnos de aquí, que por aquí pasan ministros y que no nos quieren ver", dice Andy, y se queja de que los funcionarios prefieran dejar de verlos antes que ayudarlos.
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"Yo no quiero que me regalen nada, yo sé trabajar, soy albañil, electricista, comerciante", asegura, al tiempo que su pareja -que prefirió no identificarse- explica que ella ha trabajado "como ayudante de cocina y como fabricante de zapatos".
A menos de un kilómetro, al lado del puente de Los Ruices, en una zona que debería ser verde pero que ahora sirve como vertedero de basura, están los autodenominados "recicladores", que dicen vivir "por la zona" desde 2011, aunque para entonces no eran tantos.
Son cuatro los que se encuentran al momento de una visita, pero aseguran que el grupo está conformado "por unos 40", sin contar a su cachorro, un perrito llamado Masacre.
Los cuatro provienen del poblado Valles del Tuy, en el estado Miranda (centro norte), a 40 kilómetros de Caracas, donde aseguran que no hay trabajo, y el menor del grupo, Jesús Mirabal, de 17 años, dice que el "jefe" de la zona, un delincuente que recientemente fue abatido por la Policía, le prohibió regresar al lugar.
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Con 17 años ya tiene un hijo y por eso, dice, tiene que trabajar en un sitio como este, que le aporta 400.000 bolívares "por semana" (120 dólares al cambio oficial), mucho más que el salario mínimo mensual que acaba de ser aumentado por el Gobierno de Nicolás Maduro a 177.507 bolívares (53 dólares al cambio oficial).
Los recicladores clasifican la basura que sale de las fábricas y residencias cercanas, cada uno es "dueño" de cierta cantidad de bolsas de desperdicios y, cuando llega el camión que se las llevará a su destino final, paga a estos trabajadores informales un millón de bolívares (300 dólares al cambio oficial) por cada tonelada.
Además, estos hombres -no mayores de 25 años- pasan días y noches enteras en ese improvisado vertedero anhelando encontrar algún tesoro, lo que, aseguran, sucede con frecuencia.
El reciclador Gilberto Ruiz dice que "siempre" consiguen "dólares, oro, cadenas, anillos", sobre todo en las bolsas de basura que provienen de las "residencias".
A unos catorce kilómetros al oeste de los recicladores, en la urbanización del oeste de Caracas llamada El Paraíso está el albañil Eduardo, de 50 años, viviendo bajo un puente.
"No conseguía trabajo y los alquileres son muy caros, por eso vivo acá, pero espero comprar un terreno para irme. Sé que este lugar no es seguro, pero es lo que hay por ahora", contó Eduardo.
Aún conserva sus herramientas y quiere conseguir un trabajo, pues no tiene "vicios" y dice que "el año que viene tiene que ser mejor".
Entretanto, en otro puente ubicado en el centro de la ciudad vive Mónica Ceballos, transexual de 30 años que tiene VIH y quien se identifica como "seguidora del Gobierno" de Maduro pese a que lo critica porque le promete ayuda "pero nada" pasa.
"Hace unos meses vinieron y me dejaron un mercado que me ayudó, pero eso no sirve", dijo.
La situación de los venezolanos, hasta cierto punto nueva por el recrudecimiento de la crisis social y económica en el vecino país, es un fenómeno casi "normalizado", en las calles de las principales ciudades colombianas desde hace años.
Semáforos, puentes y tramos completos, como ocurre en el sector frente de la plaza Minorista de Medellín, fungen como hogar para cientos de personas. Los retos para la convivencia y la seguridad que afrontan las administraciones no son fáciles de dilucidar. En Medellín por ejemplo, el aumento de venezolanos ya ha causado una serie de problemáticas en cuanto al trabajo informal en semáforos y vía pública. La necesidad, que en últimas es una sola y no tiene nacionalidad, se reparte los escasos recursos que la calle puede ofrecer.
En Medellín hay censados más de 4.000 habitantes de calle.