Trump tiene claro que la Presidencia es un enorme megáfono para atizar la animosidad étnica y racial. Ya lo ha demostrado en sus intentos por dividir a los norteamericanos.
La radicalización, intolerancia y xenofobia no son valores tradicionales de la sociedad norteamericana. Aunque el país haya elegido a un presidente negro, el racismo persiste y ahora ha tomado otra cara, la de ver al extranjero con recelo, rencor y desprecio. Agréguese a lo anterior, que apartarse de la tradición judeocristiana es también objeto de crítica y rechazo. La narrativa trumpiana parte de la idea de que para ser auténticamente “americano” hay que ser “blanco”, xenofóbico y racista.
Trump en su más reciente demostración de sectarismo decidió atacar a cuatro congresistas mujeres de la izquierda demócrata para que se “devuelvan a y ayuden a resolver los lugares infestados por el crimen de donde vinieron”. No importa que sólo una de ellas, Ilhan Omar no haya nacido en los Estados Unidos, pero como refugiada somalí haya recibido la ciudadana norteamericana. De sobra es conocido que Trump como otros autócratas detesta la crítica.
La respuesta de las congresistas no se hizo esperar dejando por descontado que su trabajo legislativo es y será en las comunidades que las eligieron. Con razón la representante de origen dominicano Alejandra Ocasio Cortez le hizo saber al país que el único lugar a donde tiene que regresar es al distrito del Bronx en Nueva York de donde es nativa. Una cosa es estar de acuerdo con la posición política de estas legisladoras y otra es satanizarlas por el color de su piel u origen.
La identidad americana a lo largo de la historia ha sido la de una sociedad pluralista, diversa y con un proyecto donde todos caben. Para Trump, el pasado nativista y excluyente es una forma de retroceder en la visión de futuro. El tuit racista paso a ser una peligrosa gritería “que la devuelvan, que la devuelvan” en alusión a la congresista Omar, durante una concentración en el estado de Carolina. Una turba que actúa de acuerdo con lo que escucha de su máximo líder. Unión inquebrantable entre Trump y sus seguidores compartiendo un ideal de color, raza y propósito.
Las reacciones a esta forma de descalificación y afrenta de los rivales que puede llevar a la violencia no encuentran eco en la bancada de su partido. Salvo algunas voces que arriesgan a mostrar su inconformidad, temen terminar en el Gulag trumpista. Definitivamente, la respuesta del liderazgo republicano es vergonzante. Así lo demuestra la resolución aprobada en la Cámara de Representantes condenando las palabras de Trump a la que sólo se unieron 4 congresistas republicanos.
Trump tiene claro que la Presidencia es un enorme megáfono para atizar la animosidad étnica y racial. Ya lo ha demostrado en sus intentos por dividir a los norteamericanos impidiendo la llegada de inmigrantes de países musulmanes o construyendo un muro en la frontera y lo último, acabar con el programa de refugiados. Quien se atreva a disentir es tildado de extremista que busca destruir a los Estados Unidos.
La congresista Ilhan Omar dio una lección de civilidad respondiendo a los ataques del presidente y sus seguidores citando un poema de la escritora ya fallecida Maya Angelou con parte de un texto que inspira ejemplo y sentimiento:
“Puedes dispararme con tus palabras,
Puedes herirme con tus ojos,
Puedes matarme con tu odio,
Y, aun así, con todo yo me levanto”.