La comodidad de los padres privó a sus hijos de una niñez donde pudieran dormir, jugar, corretear, disfrutar de la naturaleza.
Seguramente mis afirmaciones resultarán polémicas, pero mis experiencias vienen de ser padre, abuelo y maestro, y precisamente quiero resaltar que escribo solamente desde la experiencia.
La vida en familia desde mediados del siglo XX viene cambiando vertiginosamente y fue precisamente la aparición de la madre trabajadora uno de los factores que contribuyeron a este cambio. En el momento que la madre buscó laborar para ayudar al sostenimiento del hogar, nació la necesidad de enviar a los niños, aún sin uso de razón, a la escuela o a la guardería. En una escuela mercantilizada, ávida de captar usuarios, resultó fácil el montaje de la nueva necesidad de las familias. Aparecen los llamados cursos de párvulos, preescolar, transición y otras categorías que hacen que los niños lleguen a muy temprana edad a la escuela. La guardería ha sido otra opción más lógica, de las madres trabajadoras, aunque poco apetecida.
Las escuelas han refinado su mecanismo para atraer a los niños desde muy temprana edad: “Aquí los recibimos siempre y cuando lleguen desde pequeñitos. Ya a esa edad no los aceptamos”. Ese requisito ha hecho carrera y eso condujo a los padres de familia a llevar, casi desde la cuna, a sus niños a una escuela. Resulta cruel e inhumano observar los carros de transporte escolar recogiendo bebés desde horas tempranas del día y ellos somnolientos o dormidos rumbo a la escuela. La comodidad de los padres privó a sus hijos de una niñez donde pudieran dormir, jugar, corretear, disfrutar de la naturaleza. Les han cercenado a esos párvulos una etapa fundamental de la vida.
Graciosamente dicen algunos padres que sus hijos desde los cinco o seis años ya saben leer y escribir y ya dominan algunas de las operaciones matemáticas. Presumen de la inteligencia de sus hijos. Craso error: no son niños genios, son niños obligados a un aprendizaje temprano. El desarrollo del niño tiene etapas y los padres no las pueden atropellar, ni pasarlas por alto.
Al niño es necesario dejarlo ser niño. El niño debe jugar e interactuar con sus hermanitos, familiares y vecinos. El niño no tiene por qué estar aprendiendo nombres, letras o números a edades que la naturaleza les ha destinado al juego, a desarrollar otras habilidades y competencias. En mi sentir algunas escuelas le están vulnerando derechos a los niños, les están atropellando cuando les inculcan conocimientos que deben ser propios de otras edades.
Antaño al niño le exigían tener ocho años para poder recibirlo en la escuela. Esos fueron felices en su niñez, la disciplina del estudio les llegó cuando ya había podido disfrutar esa bella y primera etapa de la vida.
Definitivamente a la escuela hay que ir después de que el niño haya podido disfrutar de su niñez. No los perturbemos en esa feliz etapa de sus vidas.