Cuando esta pandemia pase, sólo espero que Colombia, tras una economía baldada y cientos de comportamientos políticos, sociales, culturales, educativos y económicos por revaluar, no olvide que lo mejor del sistema de la salud que hoy tenemos, son nuestros médicos.
Todas las noches, a las ocho de la noche, desde que la pandemia nos azota, sale el pueblo colombiano a las aceras, balcones y terrazas, a aplaudir a nuestros médicos, enfermeras y, en general, a todo el personal paramédico. Nada más justo que este reconocimiento, si son ellos quienes están poniendo su esfuerzo, su seguridad, su salud, su amor y su profesionalismo, día a día, noche a noche, para enfrentar al mal. Ya lo había expresado antes, en un artículo titulado Práctica médica, entre la fe y la razón (El Mundo noviembre 2 de 2019): “Jamás he ahorrado calificativos elogiosos hacia la práctica médica, y mucho menos hacia los profesionales de la medicina y afines. Muchos han sido mis pecados de adjetivación a la hora de ponderar la calidad de nuestra medicina, y de nuestros hombres y mujeres que la ejercen (…)”.
Lo triste, vergonzoso e incomprensible, es que a la calidad de nuestros médicos, enfermeras y personal paramédico, se responde con unas condiciones laborales y salariales casi miserables, salvo contadas excepciones, por supuesto, como en el caso de los especialistas, que deben aplicar muchos años de estudio e invertir millones de pesos para alcanzarlas. Es de recordar que esta realidad se convirtió en costumbre desde el gobierno de César Gaviria Trujillo, más exactamente desde diciembre de 1993, cuando fue aprobada la Ley 100, entendida esta como el marco legal general de la seguridad social en Colombia. Con la aprobación de la Ley 100, nació una pauperización sostenida de los salarios y las condiciones laborales del personal de la salud, a la par que surgieron los carteles de la salud (empresas criminales que se enriquecieron a costa del dinero de los aportantes al sistema y de los recursos del Estado). Paralelo a ello, nuestro sistema de salud sufrió drásticos recortes de recursos, y finalmente colapsó la red hospitalaria de los departamentos colombianos.
Este sistema, ampliamente denunciado por la prensa nacional, se ha sostenido para desgracia de Colombia, no obstante las miles de tutelas contra el mal servicio, las miles de víctimas y el daño irreparable a la red hospitalaria, en especial en los municipios y ciudades más pobres de Colombia. Particularmente, en otro artículo titulado La enfermedad de la salud (El Mundo, febrero 25 de 2014), habíamos denunciado: “Sabemos que la reforma a la salud, sólo cambió siglas, como EPS, y maquilló procedimientos, pero la concepción económica y perversa se mantiene. El Gobierno Nacional no toma en cuenta a la opinión pública, en especial a los gremios de la salud, quienes, desgraciadamente, hace 21 años, recibieron al engendro (denominado Ley 100 de 1993), sin saber de qué parto se trataba y no dijeron nada. Hoy, con plena conciencia médica y técnica del daño que se está haciendo a la salud de los colombianos, no son tenidos en cuenta. El ministro Gaviria, simula consultarles, pero las órdenes que recibe son precisas y contundentes. El gobierno entiende que acabar con este monstruo que está matando a miles de colombianos, implica tocar los intereses de los grandes grupos financieros que soportan el sistema de salud, cuyo sector mueve más o menos 44 billones de pesos al año”.
A la hora de escribir estas notas, sabiendo de la estupidez de buena parte de la raza humana, seguramente China y Rusia se están frotando las manos ante las perspectivas de un nuevo orden mundial, sin la competencia de Europa y los Estados Unidos. Huelga decir que las lecciones del coronavirus se olvidarán pronto y otras formas de guerras azotarán al mundo, a los hombres y al planeta.
Cuando esta pandemia pase, sólo espero que Colombia, tras una economía baldada y cientos de comportamientos políticos, sociales, culturales, educativos y económicos por revaluar, no olvide que lo mejor del sistema de salud que hoy tenemos son nuestros médicos, enfermeras y el personal paramédico, y que por ello, todas las noches, a las ocho de la noche, desde que la pandemia nos azotaba, salía a las aceras, balcones y terrazas, a aplaudir a nuestros médicos.
Que los aplausos se conviertan en acciones efectivas para devolver la dignidad profesional, los salarios justos y mejores condiciones de vida a nuestros médicos y paramédicos, es un imperativo ético, social y de simple responsabilidad con la salud de Colombia.