El fiscal, en su defensa, dejó de lado la ética y se arropó en la institución y su religiosidad.
Y el fiscal, Néstor Humberto Martínez, en su muy destemplada y agresiva defensa, agregó con completo desparpajo: “Dios existe, senador, porque yo no soy ateo, y anoche me hizo llegar unos audios donde el señor Jorge Enrique Pizano, no del 2015, no del 2016, no del 2017, senadores, del año 2018, de este año; en donde Pizano me dice que él no sabía de delitos y por lo tanto cómo puedo saber yo de los delitos”. Martínez, así como si nada y con plena conciencia, recurrió flagrantemente a validar su defensa con torpes y burdos argumentos religiosos a los que él, más como funcionario de alto nivel, nunca debería recurrir en nuestro estado laico.
Ha sido costumbre en la minúscula política colombiana recurrir al despliegue de sus creencias religiosas para validarse ante los electores y ganar adeptos. Hace unos años, era frecuente que en un periódico regional aparecieran fotografías en primera página de políticos, en víspera de elecciones, en una ceremonia religiosa católica y comulgando. Así en esta Antioquia que ha sido de una fe tan emotiva que a veces llega al fanatismo, estos personajes se consagraban ante estos fieles de misa y olla.
Dice Hannah Arendt, filosofa política de primerísima línea, que “La historia moderna ha mostrado que la alianza entre ‘el trono y el altar’ solo sirve para desacreditar a ambos” y el desbordado discurso del fiscal logró esto a la perfección. Fue como si en este país tan polarizado, Martínez polarizara también a ese Dios para ponerlo de su lado y el de sus defensores, cuando este por principio no es polarizable y su sol brilla para todos.
Si se intenta infundir a la vida pública y política “pasión religiosa”, o si se pretende usar la religión para hacer distinciones políticas, el resultado puede ser muy bien la transformación y perversión de la religión en una ideología y la conversión de todas las luchas contra todas las formas de totalitarismo en un fanatismo, lo cual es completamente extraño a la esencia misma de la libertad, como bien dice Arendt. En el país hemos vivido entre esas dañinas aguas que conducen a la violencia y han causado tantas muertes.
Los defensores del fiscal, especialmente el senador Uribe, Paloma Valencia y el Centro Democrático que ferian el calificativo ‘probo’ a troche y moche, han dicho que se está atacando y minando la institución. ¡No! La institución no es la persona y así Martínez se refiriera tanto a “mis fiscales”, no son de él sino de la Fiscalía, obvio. Es muy clara Victoria Camps al decir que “el más privilegiado tiene más obligaciones éticas” y este fiscal ha sido muy inferior a dichas obligaciones.
Martínez en su defensa ante el Congreso, maliciosamente dejó de ladito lo ético y lo político, y se arropó en la institución y su religiosidad. La política democrática, que es la buena política no es sino es el reconocimiento de la libertad e igualdad de todos los hombres, dice Camps. Y la ética es el reconocimiento de la dignidad absoluta de todo ser humano y el actuar en consecuencia con tal reconocimiento es el imperativo que resume toda doctrina ética, agrega. El fiscal en su defensa como funcionario, mucho incumplió con estas obligaciones de la sana ética pública.
CODA. Mientras Vicente Torrijos es expulsado de la Universidad del Rosario por mentir sobre su doctorado inexistente, y mentir diciendo que había renunciado cuando no se le aceptó la renuncia y se lo desvinculó, el gobierno Duque en una torpeza más en su lista ya casi interminable, lo nombra como director del Centro de Memoria Histórica. La memoria histórica, más sobre una guerra tan cruel como la que vivimos, tiene que ser moral y una verdad así no se consigue con alguien que ha mentido en materia grave. ¡Vergonzoso!