Con la arrogancia propia del recién graduado y el tonito paisa insoportable, resoplando de la ira, salí de la recepción del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, con esa indignación porque no se había decretado día cívico en Bogotá porque yo iba
Estaba invitado a un evento en la Universidad del Rosario en Bogotá para celebrar los diez años de las acciones públicas y de paso hacer un homenaje póstumo al Doctor Germán Sarmiento Palacio estudioso de las acciones populares en el derecho privado colombiano. El caso es que de eso hace 13 años y lo traigo a colación en esta semana por que ese día conocí a la doctora Sylvia Ramírez que me encontró muy alterado cuando los organizadores del evento me dijeron que no podrían guardar mi maleta, que era necesario que la llevara conmigo todo el tiempo. Con la arrogancia propia del recién graduado y el tonito paisa insoportable (aún estoy ofreciendo disculpas por eso) resoplando de la ira, salí de la recepción del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, con esa indignación porque no se había decretado día cívico en Bogotá porque yo iba, sabiendo que tenía por dentro aún la tierra de capote en las uñas, que venía de “Medellín pues” y era un provinciano más con ese regionalismo absurdo y nocivo que se nos inculca insistentemente día a día en la capital de la montaña.
Así fue la primera impresión. Peor imposible. Con mucha mesura y un tono muy calmado, además con esa particularidad que tienen al relacionarse los santandereanos, me ofrece guardar mi maleta y desde eso somos amigos de esos que la vida pone cuando vas a dar una lección y por el contrario, recibes una. Todo este relato porque luego, años después, ya ambos habíamos terminado nuestras maestrías y trabajábamos como docentes en algunas universidades, en un café, en Bogotá, me dice que ella abandonaría el derecho y que sería profesora de felicidad, que eso era lo que realmente tenía que hacer. Yo simplemente escuché, pero no dejaba de parecerme una locura, sin embargo era muy acertado lo que me decía, porque todo el mundo nos exige, casi que de rodillas, que tenemos que ser felices, pero nadie lo toma en serio, esto es, nadie lo estudia a fondo, nadie lo mira como proyecto, simplemente como una consecuencia de ser exitoso.
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La locura va en que hoy es consultora en toda América Latina, columnista y bloguera en felicidad y marca personal, ya tiene estudios de postgrado en programación neurolingüística e inteligencia emocional, está certificada en coach por Tisoc- The International School of Coaching y Richar Bandler
(Co-creador de la PNL) la certificó como master practitioner PNL. Ahora sus cátedras son de felicidad y recién acaba de publicar Felicidad a prueba de oficinas un producto de años de estudio del tema, y cientos de intervenciones en los equipos de las empresas más prestigiosas de Colombia como trabajo de campo.
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Me quiero referir a ese texto, del que pienso deberíamos todos darnos la oportunidad de leer y dedicar esta columna en el día de hoy a la profesora de felicidad Sylvia Ramírez, por enfrentar a toda la academia que piensa que es un despropósito no tener un artículo científico publicado en una revista indexada cada año, por apostarle a las buenas relaciones interpersonales y por creer en la supervivencia emocional para los seres humanos en edad productiva. Termino citando a la profesora Sylvia Ramírez “al recordar que la única persona a cargo de su bienestar es usted mismo; que nadie está ahí para divertirlo, ni para hacérsela fácil y que el reloj de su vida tiene una cantidad limitada de horas, todo el asunto del tiempo cobra un sentido especial; diferente” del texto Felicidad a prueba de oficinas.