¿Hay una vida bien vivida en el consumismo, en la arrogancia, en la inequidad, en la injusticia, en la corrupción, en la negación de todo principio ético?
La noticia más delirante de la semana estuvo a cargo del Banco Mundial y alude de manera directa a nuestro país. Según las proyecciones económicas de esa temible entidad financiera, Colombia liderará el crecimiento en América del Sur y se expandirá 3.6% en este año y 3.9% en 2021 y 2022. Podremos llegar -dicen excitados– al 4.1%
Los medios se apresuran a aplaudir esta formidable prospectiva y recuerdan que tanto el gremio de los industriales (Andi) como la Junta Directiva del Banco de la República e incluso la muy célebre calificadora de riesgo Moody’s, piensan de igual manera. Ellos viven en este mundo feliz. ¡El delirio neoliberal en pleno!
Los datos son los datos - dicen impertérritos los analistas - y es por ello que en términos económicos ya estamos por encima de Brasil, Chile, Argentina y Méjico.
Esa es la razón por la cual los doctores Duque, Carrasquilla, Uribe, Santos, Vargas Lleras (para no citar sino a cinco de ellos) se preguntan asombrados: “esa gente que protesta ¿de qué diablos se queja?”
Y se hacen la pregunta amparados en el hecho de que sus análisis son pragmáticos y racionales. A ellos los acompaña el muy socrático principio de la razón pura.
Están equivocados desde luego, su “racionalidad” se estrella contra la realidad de la inequidad desaforada, la corrupción rampante, la vulgaridad entronizada, las cifras de desempleo, los indicadores de la violencia, los asesinatos selectivos, el repunte paramilitar, la implosión de las fuerzas militares, la debacle cotidiana de la otra Colombia que no cabe en las cifras del Banco Mundial.
Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo (Ediciones Revista de Occidente. Madrid 1966) lo expresa bellamente: la razón pura de Sócrates “es tan sólo una breve isla flotando sobre el mar de la vitalidad primaria… nuestro tiempo ha hecho un descubrimiento opuesto al suyo: él sorprendió la línea en que comienza el poder de la razón; a nosotros se nos ha hecho ver, en cambio, la línea en que termina…”.
La apuesta de Ortega y Gasset es una apuesta por la vida y convoca a someter la razón a la vitalidad.
¿Qué vida? ¿Una vida mística, supersticiosa, una vida vegetativa, contemplativa, inútil? No. ¡La vida como método de conocimiento!
Es la vida activa y transformadora, la vida rebelde, la vida pensada, la vida compartida, la vida que es capaz de pensarse integrada de manera trascendental al cosmos y entiende que es una vida que hace parte de otras vidas, esa vida que admite la diferencia y que, cuando mira alrededor, tiene la poderosa capacidad de pensar en términos de “nosotros”
¿Hay una vida bien vivida en el consumismo, en la arrogancia, en la inequidad, en la injusticia, en la corrupción, en la negación de todo principio ético?
Lo entiendo como un llamado a batallar por la utopía, como la convocatoria a una vida construida entre todos, a entender que vivir en sociedad significa pensar juntos en los asuntos colectivos sin confiarlos -como dice Daniel Innerarity: “al saber de los expertos, a la furia de los fanáticos o a la burocracia administrativa…”
En fin, es tanto como soñar en que la especie animal humana decidiera abordar por fin, un Proyecto Humanidad.