La pandemia por el COVID 19 revivió viejos dilemas: ¿Quién tiene más derecho a vivir? ¿Salud o riqueza? ¿Los bancos o la gente? Son cuestiones que se repiten en distintos esenarios. El virus, en cambio, no tiene escrúpulos éticos: ancianos, enfermos y pobres son sus mayores víctimas.
Dicen que no hay dicha completa. Que la persecución de los sueños se parece más al calvario que a un camino de rosas. Viajar, trabajar, estudiar, son verbos muy conjugados en el catálogo de sueños de casi todos, junto con la salud y algún caprichito. ¿Quién iba a creer que cuando el espíritu viajero era el distintivo de una generación alimentada por la globalización, hoy el imperativo es cuidarse y estar en la casa? Aunque ya llevaba más de un mes rondando por la que creíamos lejana China, el coronavirus no pasó por la mente de casi nadie durante el brindis de año nuevo, a pesar de que ya teníamos noticias de su existencia. Y en eso todos los gobernantes fueron tan poco previsivos como el resto de los mortales.
Un virus desconocido, viajero y travieso, ha puesto sobre la mesa viejos dilemas éticos que no terminan de resolverse:
Lea también: No volver a la normalidad
¿Qué vida se debe preservar? El colapso del sistema de salud, como sucedió en Italia y España, pone a los médicos ante el dilema ético de escoger a quién atender primero, es decir, a tomar la decisión sobre quién tiene oportunidad de vivir y quién puede morir.
Esto implica hacer otra escogencia: cancelar operaciones programadas con anticipación por otras patologías, precisamente para liberar camas para tratar a los pacientes de coronavirus, que necesitan respiradores y atención durante las 24 horas. Pero, si las otras operaciones eran urgentes, ¿qué pasa con los pacientes?
La Sociedad Española de Medicina Intensiva Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) tiene una guía ética para ayudar a tomar decisiones a los médicos. El texto recomienda, en presencia de dos pacientes en situación similar, “priorizar la mayor esperanza de vida con calidad”.
La fórmula que se aplica es dar prioridad a las personas que tengan más expectativas de vida, bien sea por edad o por no tener enfermedades preexistentes. Este es un criterio objetivo, porque se basa en datos ciertos: expectativa de vida y enfermedades previas. No valen otros criterios, aunque cuando el virus ataca, salen mejor librados quienes no tienen antecedentes en su historia clínica.
¿Es posible tener salud y riqueza al mismo tiempo? Este es un sueño universal. Se trabaja toda la vida para poder disfrutar de una recta final holgada y tranquila. Pero se va la vida en ese esfuerzo y la salud se queda en el camino y en muchos casos son las cargas laborales las que aceleran la partida de este mundo de sueños lícitos imposibles. Las principales víctimas de esta pandemia son hombres mayores de 65 años con antecedentes cardíacos, respiratorios o diabéticos. Gente que seguramente trabajó duro toda la vida y llegó muy enferma a la etapa final. Y a pesar de esto, los autistas profetas del neoliberalismo volverán a cantar su salmo sobre la ampliación de la edad de jubilación.
Le puede interesar: El virus que desnudó al neoliberalismo
¿Salud o riqueza? En medio del debate viene un virus desconocido a resolver el dilema: la salud del mundo se pierde y para recuperarla hay que cerrar fábricas y empresas, paralizar el transporte, dejar de producir como se viene haciendo. Si salimos adelante, tendremos salud y vida, pero empobrecidos. Ese era el dilema que tenían que resolver los gobernantes del mundo al principio de la crisis: ¿salvar la economía o salvar a la gente? Y es la misma pregunta que se hacen en todas partes los trabajadores informales: ¿morir de hambre o morir de coronavirus? Y que explica, de alguna manera, pero no justifica, que las calles de tantas ciudades del tercer mundo sigan llenas de gente: la economía del rebusque no puede darse el lujo de un confinamiento. En otras palabras, es la misma fórmula que han aplicado todos los atracadores callejeros desde que tenemos memoria de la inseguridad: ¿la bolsa o la vida?