Inspira tanto respeto ese otro grupo de ellos y de ellas que se salen de la fila, que se rebelan, que se complican, que piensan, que disciernen. Es gracias a su existencia que uno no pierde la esperanza.
Hablemos primero de los otros.
Usted los ve, los escucha y se da cuenta de que todos están cortados por la misma tijera. Se parecen, claro. Tienen en común el “acelere”, aunque algunos tratan de disimularlo. Se las dan de pragmáticos, de racionales.
Todos coinciden en compartir la onda de la modernidad y, desde luego, usted los encuentra en ambos sexos.
Les gustan las explicaciones cortas, los textos cortos, los análisis cortos, las noticias cortas, las ideas cortas.
Sus estribillos son: “vamos al grano”, “rapidito pues”, “no se complique”. Les parece que pensar es una pérdida de tiempo. Pensar es “complicarse”.
Cada uno de ellos (de ellas) se suman con entusiasmo y sin restricciones a lo que, sin pudor, describen como “la tendencia”.
Algún pragmático inteligente los definió como “Vicentes”:
¿Para dónde va Vicente?, ¡para donde va la gente!
Por eso inspira tanto respeto ese otro grupo de ellos y de ellas que se salen de la fila, que se rebelan, que se complican, que piensan, que disciernen. Es gracias a su existencia que uno no pierde la esperanza.
Una ciudad como esta, repleta de “descomplicados” ofrece contrastes como el periódico Universo Centro, por ejemplo, cuya apuesta es vibrar a otra frecuencia, sumergirse en las calles, en las vivencias, narrar largo, si señor, propiciar el deguste de la lectura a través de textos bien escritos, imágenes pertinentes, caricaturas inteligentes.
Y hay más contrastes:
La razonable cantidad de Colectivos Ciudadanos abordando temas diversos, ejerciendo de veedores, convocando reuniones, encuentros, tertulias, conferencias, con temas llenos de oportunidad: La seguridad, la calidad del aire, la movilidad, los derechos ciudadanos.
Los teatreros que se atreven a hacer montajes que también provocan la reflexión en sus escenarios, que despliegan ingenio y creatividad con propuestas que en nada se parecen a la comedia burda y facilista. Teatreros que se hacen preguntas.
Y los Clubes de lectura y de escritores, los que se atreven a programar exposiciones de arte, los que sueñan con tocar el violín, los poetas, los saltimbanquis, los promotores culturales, los rebeldes, los desadaptados, los peludos, los locos, los complicados.
Este contraste magnífico, repleto de fe, se convierte en un argumento dialéctico que habla de la sobrevivencia del buen juicio por encima de ese entorno agresivo que conspira contra él. Una idea que habla de la rebeldía como alimento del alma, de la inteligencia como antídoto.
Si el pensamiento no ha sido derrotado, siempre hay una esperanza.