El progreso sería asimilado con un nuevo sentido, en una perspectiva humanística. Me parece que es por ahí…
Dentro de las múltiples conmociones que está generando el descuaderne monumental desencadenado por el modelo económico neoliberal, una de las más evidentes es la de la semántica.
Mire usted que cada vez es más complejo descifrar el significado, sentido e interpretación de expresiones que hasta ayer nada más estaban muy claras.
La palabra “progreso” por ejemplo ya no significa lo que significaba y, a decir verdad, no es muy claro el significado que sus defensores quieren darle hoy.
Permítame le esclarezco este galimatías:
En el pasado, ¿qué entendíamos por progreso? La suma de los avances de la civilización que, de manera armoniosa, dialogaban entre sí para beneficio de todos. Así, la ciencia, la técnica y el conjunto del conocimiento, encajaban con los avances de la sociedad tanto en términos morales como políticos, y ni qué decir en los modelos de gobierno, las relaciones, la convivencia.
Todo podía converger en el progreso pues había una especie de relación de vasos comunicantes entre todos los frentes. Progresar era avanzar hacia economías más equitativas, organizaciones sociales más civilizadas, relaciones humanas más armónicas, empresas y empresarios más conscientes.
Daniel Onfray, en El futuro y sus enemigos (Paidós 2009) hace una reflexión brillante sobre este fenómeno. Afirma que “se ha producido una defracción del progreso, su astillamiento…” y tiene toda la razón.
En su análisis, refiere lo que denomina “una peculiar disyunción” en el sentido de que ya no hay progresistas completos ni en las izquierdas ni en las derechas y, más aún, que la alianza histórica entre los defensores del progreso y los partidarios de la justicia social ha terminado deshecha.
Ahora son los conservadores, los emisarios de la derecha, los que se apoderaron de la idea de avanzar, acelerar, moverse, adaptarse.
Con el argumento del progreso, el neoliberalismo impulsa la fórmula perversa de la tierra arrasada. Crecer hasta el infinito sin importar el costo. A nombre del progreso se fomenta el enriquecimiento de unos pocos, se justifica la inequidad, desaparece el concepto de nación, las multinacionales se convierten en unos engendros de poder ilimitado que se llevan por los cachos cualquier intento de justicia y de dignidad, pues solo entienden el progreso como el de ellas mismas y no el de los demás.
Mire usted los Uribe, los Santos, los Pastrana, los Gaviria, los Vargas Lleras engolosinados con sus propuestas de “progreso” para este país deshecho y al que han destrozado.
Su conclusión es acojonante: “los grandes visionarios han sido sustituidos por políticos que gestionan las inevitables construcciones del presente”.
Y plantea una hipótesis esperanzadora sobre la base de entender el futuro de una manera diferente. Entenderlo como “algo abierto, frágil y dependiente en buena medida de nuestra libertad, es decir, como un ámbito de responsabilidad”
Así, el progreso sería asimilado con un nuevo sentido, en una perspectiva humanística. Me parece que es por ahí…