¿Quién mató a los beatos?

Autor: José Alvear Sanín
15 enero de 2019 - 09:04 PM

¡En fin, la impresión que queda después de leer la novela, es que el menor culpable fue el anarquista que les disparó y los mató!

En julio de 2018 apareció el libro Los beatos mueren a las cinco, de Víctor Diusabá (Bogotá: Penguin Random House), sobre el asesinato de siete novicios colombianos de la  Comunidad de San Juan de Dios —especializada en el cuidado de los enfermos—, que trabajaban en la localidad de Ciempozuelos (cerca de Madrid), de donde los milicianos los sacaron ignominiosamente.

Cincuenta y seis años después, el 25 de octubre de 1992, fueron beatificados por el papa Juan Pablo II en una ceremonia donde 247 víctimas de la barbarie revolucionaria recibieron igual  exaltación.

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Al tomar el control de la República Española, los distintos movimientos extremistas (anarquistas, comunistas, trotskistas, POUM, etc.) se dedicaron a la quema de iglesias y monasterios, a la destrucción de estatuas religiosas, centenares de bibliotecas eclesiásticas, pinturas y vasos sagrados, y como que si esto no fuera suficiente persecución, asesinaron 6.522 sacerdotes y 270 monjas, para no hablar de violaciones y otras diversiones, según el autorizado estudio de Ángel David Martín Rubio (Madrid: Ciudadela Libros; 2007), cifras similares a las que acepta Diusabá: 6.832 sacerdotes martirizados, según Monseñor Antonio Montero.

Al autor hay que reconocerle amplia recopilación de datos sobre la suerte de los novicios, pero con tendenciosa interpretación de los hechos. En efecto, la novela consiste en una improbable conversación de varios días entre Concha (maestra de escuela e hija del segundo matrimonio del padre del novicio Rubén López Aguilar, nacida años después del asesinato de su hermano medio) y el victimario, un tal Jordi, anarquista de la checa de la calle Balmes.

Ambos se encuentran — ¡vaya coincidencia!— en un hotel romano. La maestra ha sido invitada a la ceremonia de beatificación (¿por el Vaticano?), y el anarquista, que también ha asistido a la ceremonia, porque tiene algún remordimiento, pero no muy completo, sin manifestar ningún dolor por las otras innumerables víctimas de la horrible checa.

Después de ser sometidos a vejámenes, los novicios son llevados a Madrid, a la Embajada de Colombia, a cargo de Carlos Uribe Echeverri. La sede diplomática alberga ya numerosos asilados en condiciones de atroz hacinamiento. Así se encontraban muchas de las embajadas en Madrid, situación que trata una novela excepcional, Una isla en el Mar Rojo, donde la isla es una legación en medio del mar de sangre circundante. En esa novela, Wenceslao Fernández Flórez, gran periodista por esos años, novelista, poeta y miembro de la Real Academia, describe mejor que nadie el infierno en que habían convertido a Madrid.

Ahora bien, el embajador, en vez de alojar a los jóvenes, considera posible enviarlos a Colombia a través de Barcelona, de donde por esos días sale un barco. Los envía acompañados de su chofer, colombiano y hombre de su confianza. Van munidos de pasaportes colombianos y de salvoconductos. Al día siguiente llegan hacia las 6 p.m. a la estación Sants. Allí los detienen los de la checa, que los fusilan a las 5 a.m., incluyendo al chofer.

La conversación entre Concha (que está bien documentada) y Jordi, constituye las 4/5 partes de la novela, pero el anarquista ocupa algo así como el 80% de ese diálogo, intentando explicar los motivos del baño de sangre en que convirtieron a España, especialmente a Cataluña, donde la revolución fue peor. Todo lo que dice Jordi se me hace derivado de la tal “memoria histórica”, que desfigura dolosamente la historia de España, precedente de lo que hará por la nuestra la tal “comisión de la verdad”.

Lo que Diusabá insinúa una y otra vez es que a los novicios los mató el embajador por enviarlos a Barcelona; y  lo describe como un oportunista, un cobarde y un reaccionario.

Carlos Uribe Echeverri, que desafortunadamente no pudo derrotar a López Pumarejo como candidato presidencial del liberalismo en 1942, era un excelente escritor y una persona respetable. No sería cobarde, porque permaneció, acompañado por su esposa, en ese atroz Madrid en poder de docenas de checas, año y medio, dando refugio a centenares de personas, ni trató de “huir en un avión alemán”…

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¡En fin, la impresión que queda después de leer la novela, es que el menor culpable fue el anarquista que les disparó y los mató!

Como esta es la primera novela de Diusabá, se excusa su imitación de García Márquez con frases innecesariamente largas y adobadas con vocablos inesperados.

 

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Comentarios:

Edgar
Edgar
2019-01-16 12:05:42
En ocasiones la historia es escrita por los vencedores, otras veces por sus admiradores, raras veces por las víctimas.

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