¡Una plegaria por Colombia!

Autor: Héctor Jaime Guerra León
22 enero de 2020 - 12:00 AM

Es alarmante la indolencia del Estado, por no decir que negligencia e incapacidad, frente a muchos temas que son vitales para la recuperación de la grandeza, autoridad y legitimidad de nuestras instituciones- valores.

Medellín

En medio de los más desgastantes esfuerzos y luchas, nuestra amada Patria, nuestro sufrido país, busca denodadamente salir de las inmensas angustias y problemas que nos asedian y nos hacen hundir, cada vez más, en el caos y la desesperanza. La violencia que padecemos pareciera no tener fin y; por el contrario, son cada vez más duros y escalofriantes los episodios que se conocen por causa de la creciente descomposición, delincuencia y corrupción que azotan –sin clemencia- al Estado, sus instituciones y a la sociedad entera. A orar, para que retomemos el rumbo perdido, a orar por la redención y verdaderos cambios institucionales y sociales nos invitó el Santo Padre, en su reciente visita a nuestro maltrecho país.

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Realmente es alarmante la indolencia del Estado, por no decir que negligencia e incapacidad, frente a muchos temas que son vitales para la recuperación de la grandeza, autoridad y legitimidad de nuestras instituciones- valores. Ya la gente no cree en la seriedad, competencia y legitimidad de sus más cercanas autoridades para resolver sus conflictos. Hay que ver la manera cómo actúan las más cercanas autoridades del ciudadano, aquellas instituciones que se han creado con el sano y loable propósito de acercar la justicia a la gente, al ciudadano común y corriente, me refiero a instituciones como las comisarías, las inspecciones, las corregidurías y algunas dependencias de la fiscalía, el sistema judicial, y la policía, entre otras organizaciones del Estado, que se han establecido con el único propósito de hacer más viables y expeditas las soluciones a las distintas problemáticas de la gente, pues muchas de éstas oficinas se han tornado -infortunadamente- en silenciosos e imperceptibles nidos de corrupción e ilegalidad, con funcionarios y/o trámites caprichosos, malintencionados y/o muchas veces perezosos y/o negligentes que no aplican la ley –como decía mi abuelo- “a rajatabla” como debe ser; esto es, oportuna y estrictamente, sino que la interpretan, manosean y aplican a su propio antojo con el ánimo perverso y gravemente dañino de favorecer intereses personales y particulares así con ello violenten el deber ser jurídico y social de su función y de su objetivo misional, laboral y social. Ello es muy perjudicial para el sistema Estatal y social, pues es uno de los mayores generadores de violencia y anarquía nacional. Este reiterado comportamiento oficial es uno de los mayores caldos de cultivo de inseguridad (ciudadana y jurídica) para que la gente no quiera ya buscar a su autoridad más inmediata para que le resuelva su asunto, porque allí no siente que le brinden garantías de imparcialidad, neutralidad, objetividad y compromiso de solucionarle la dificultad, sino que además de tratarlo con arrogancia e irrespeto le dejan el asunto al garete y al birlibirloque y actuar caprichoso y amañado del funcionario de turno.

Realmente son múltiples los delitos que se cometen en este país a través de estos actos de corrupción. Ello conlleva –ya lo han reconocidito importantes estudiosos y expertos en la materia- a que en Colombia la legislación sea para el de ruana; es decir, que el orden legal se aplica no de conformidad con el deber ser jurídico y dependiendo de la gravedad de la conducta cuestionada, sino que primero se atiende a muchos otros juicios relacionados con aspectos ajenos a la objetividad, imparcialidad, prontitud, integralidad, entre muchos otros aspectos de política social que deben ser tenidos en cuenta al momento de atender las inquietudes, denuncias y/o quejas de la ciudadanía, por simples o sencillas e insignificantes que estas aparezcan. Cuando las personas pierden, como está ocurriendo desde hace mucho tiempo, la confianza y la credibilidad en sus autoridades y, con ello, en sus instituciones, se fomentan e inspiran irremediablemente grandes males que hoy han invadido nuestro sistema social y político, como la justicia por mano propia- violencia, la corrupción y complejos comportamientos delincuenciales que -de seguir así- parece que no vamos a poder salir o quitarnos el remoquete y título -que con razón nos hemos ganado- de ser una de las naciones más violentas y corruptas del mundo entero.

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No cabe la más mínima duda que la arrogancia, negligencia e ineptitud estatal, es causa de grandes males nacionales.

Pareciera que contra ello no sea posible interponer nada y que -como nos ha solicitado el Santo Padre- el único camino es la oración y sea nuestro Padre Celestial el que nos ayude a resolver la tremenda y creciente crisis de descomposición social y política que acosa nuestra amada Nación.

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