Tuvo que aparecer el coronavirus (fortuito o deliberado, accidente o conspiración) para que la sociedad se diera cuenta que era posible –y necesario- hacer las cosas de otra manera.
No es humano ironizar ni minimizar el dolor cuando hay gente sufriendo. Estas líneas guardan total respeto por todas las personas fallecidas a causa de esta epidemia. Ellos y ellas le han puesto rostro y nombre a un fenómeno trágico que también marca un aporte social: el impulso a un cambio de mentalidad y un salto en la organización del trabajo y de las relaciones sociales.
Como no cambiamos voluntariamente, las circunstancias nos obligan a cambiar. Una revolución es un cambio brusco en la estructura social, económica o cultural. La globalización se dio gracias a la revolución digital, pero se quedó a medio camino en cuanto a prácticas sociales y laborales.
¿El coronavirus, bautizado Covid 19, es la contra de la globalización o es la entrada a un estadio superior de la misma?
La globalización abrió las fronteras al libre flujo de mercancías, capitales y personas, favoreciendo el comercio internacional y el turismo. El temor al Covid 19 frenó en seco el turismo, del cual los asiáticos eran los mejores clientes en el mundo, y redujo el flujo de mercancías, porque los centros de producción en China, Corea e Italia cerraron abruptamente. El único que no encuentra obstáculos ahora es el capital, aunque las bolsas de valores arrastran grandes pérdidas. Estos hechos quizás expliquen que ingresamos a una etapa superior de la globalización, dominada por la libre circulación de capitales y por la inteligencia artificial, que se prepara rápidamente para reemplazar o suplantar a las personas en sus puestos de trabajo.
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En el plano socioeconómico, vivimos en medio de enormes dificultades para conciliar dignidad, salud, trabajo, convivencia y productividad, mientras la violencia, la contaminación asesina, las congestiones viales y las plagas afectan las tareas laborales y la vida social. Y como si fuera poco, la falta de voluntad política, la ceguera empresarial y la terquedad del ser humano impedían adaptar los hábitos a la realidad de los nuevos tiempos, dominados por la tecnología y la urgencia de combatir el calentamiento global.
Tuvo que aparecer el coronavirus (fortuito o deliberado, accidente o conspiración) para que la sociedad se diera cuenta que era posible –y necesario- hacer las cosas de otra manera.
El coronavirus pasará a la historia como el factor clave en la adaptación de la cultura organizacional a los avances tecnológicos, además de recuperar los buenos hábitos de aseo.
A raíz de la crisis mundial desatada por el pánico al Covid 19, se han empezado a aplicar las siguientes soluciones en la vida cotidiana de empresas y personas:
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Lo negativo: la virtual desaparición del espacio público como lo entendemos ahora, de la calle y los parques como punto de encuentro para las manifestaciones, las celebraciones o las protestas, algo que también es de interés de quienes mueven los hilos del poder.
La epidemia es la oportunidad de hacer un llamado para recuperar los buenos hábitos de higiene (como lavarse las manos con más frecuencia o no toser delante de otros), lo cual tendría que parecer algo innecesario a estas alturas.
También es la oportunidad para apelar a la solidaridad entre países, a buscar acuerdos de gobernanza internacional y de llamar al orden a los medios de comunicación para informar con responsabilidad y máxima prudencia, para no crear pánico, debiendo encontrar el punto medio entre informar lo necesario para estar bien informados y no incurrir en prácticas sensacionalistas y en desinformación.