En esta semana hemos visto el fracaso de nuestra humanidad. Lejos podemos también ver un anhelado pico de esta pandemia que tanto daño nos ha hecho.
En medio de esta pandemia, la urgente necesidad por ir reactivando la economía y los sectores de la producción por parte del Gobierno ha desencadenado una serie de reflexiones. Sin restar importancia al hecho, tampoco se puede desconocer que hace muchos años, antes de la covid-19, la pandemia de la inmoralidad se instaló en la sociedad, haciendo un contagio masivo y casi, como rebaño, aprendimos a convivir con esa pandemia. Nuestra humanidad, siempre en riesgo, ha cedido significativamente su valor constitutivo, su dignidad, su mismo interés por ascender humanamente al ideal de sí mismo. Las preguntas se nos perdieron, buscamos muchas respuestas, pero, nos incomodan y hasta nos estorban las preguntas. Así no la estamos pasando, caminando como sea y sin importar los medios que tenga que utilizar, los atajos, las evasiones, para llegar al lugar idealizado, que no siempre es el mejor. Hablando de preguntas, hay una que es la mamá de todas ellas, ¿qué quiero yo de mi vida? Todo el tiempo e independientemente del momento de la vida que estemos pasando, nuestra inteligencia se formula esta pregunta. De niños siempre nos preguntaron qué queríamos ser cuando grandes, en la etapa escolar todo el tiempo los docentes nos preguntaron qué íbamos a hacer con la vida. En la universidad nos preguntamos si eso es realmente lo que quiero de mi vida y qué hacer en adelante con ella. Los viejos ponen el espejo retrovisor para ver si lo que fue la vida realmente se correspondió con las preguntas de las primeras etapas. Nuestra inteligencia permanentemente nos motiva esta pregunta, pero no basta con ello, es necesario que la voluntad se sienta interpelada por la inteligencia para que esta pregunta pueda irse respondiendo en el tiempo.
En esta semana hemos visto el fracaso de nuestra humanidad. Lejos podemos también ver un anhelado pico de esta pandemia que tanto daño nos ha hecho. Una clase política ligada al narcotráfico, los intereses del poder que pierde pudor frente al respeto, homicidios de líderes sociales, la inequidad social instalada como un cáncer haciendo metástasis en una cultura mafiosa donde las ambiciones por el dinero fácil, rápido y abundante sigue corrompiendo todos los estamentos de la sociedad. Un país desinformado, un país que va arropando sus más rotundos escándalos con otros que día a día van surgiendo. Un país que olvidó sus muertos, que se fue desintegrando en medio de la hipocresía, que le permitió y validó que los machos de esta tierra abusan y violentan a sus mujeres, que hicieron de la niñez un objeto más de violaciones u otras violencias. Una humanidad que puso en riesgo su dignidad, ubicándola en medio de los negocios y relaciones más oscuras. Acá unos se salvan con los escándalos de otros. Es muy difícil de esta manera procurar construir una sociedad. ¿En qué momento se desconectó nuestra inteligencia colectiva con nuestra voluntad colectiva? ¿Cómo hacer para ir reactivando nuestra moralidad?
Los filósofos clásicos nos dan la pauta en ello. Tenemos que ir a lo fundamental, a las primeras preguntan que logran conectar la inteligencia con nuestra propia voluntad. ¿Qué quiero yo de mi vida? ¿Cuál es esa vida soñada? No podemos dejar que las preguntas se nos pierdan, solo esperando respuestas sin preguntas. Una pedagogía de la respuesta surge de un universo de preguntas y estas son las que nos ayudan a conducir y reactivar nuestra moral.