En el año del Bicentenario, la reflexión debería centrarse en sí hemos aprovechado o no estos 200 años para construir la sociedad que queremos.
En el año del Bicentenario, la reflexión debería centrarse en sí hemos aprovechado o no estos 200 años para construir la sociedad que queremos en todos los órdenes, valorar lo alcanzado, y reconocer los fracasos para no volverlos a cometer.
Sea lo primero, aceptar que cuando dimos el Grito de Independencia por allá en 1810, no teníamos ninguna propuesta concreta de qué hacer con la presumida independencia alcanzada, y como era obvio, la Monarquía nos cogió con los calzones en la mano, y en medio de 6 años de “Patria Boba”, nos reconquistaron Sámano y Morillo y nos dejaron peor de como estábamos.
Esto sirvió para que Bolívar iniciara la Campaña Libertadora, respaldada en su propia cosmovisión y después de derrotas y victorias, logramos la tan anhelada Independencia el 7 de agosto de 1819, fecha en la que se hicieron evidentes las posturas divergentes de Bolívar y Santander de cómo organizar la nueva República, lo que nos impidió tener un proyecto nacional único que nos sirviera de punto de partida, hecho que, entre otras cosas, no ha sido superado hasta el presente.
Otro hecho frustrante es haber tenido en estos 200 años cerca de docena y media de constituciones políticas, sin que ninguna haya podido cimentar las bases de convivencia y de ciudadanía que se requieren para poder vivir en comunidad.
El hecho de que hayamos tenido caudillos más que verdaderos líderes, es una circunstancia frustrante y desafortunada.
La pérdida de Panamá y de cerca de 300.000 Kilómetros cuadrados de territorio nacional con los vecinos, en este período, producto de la acción, de la omisión o de la corruptela, es otro hecho que no solo resulta frustrante, sino además imperdonable.
Nuestra relación consuetudinariamente sumisa hacia los Estados Unidos es otra actitud frustrante y vergonzosa.
El hecho de tener registrados 63 conflictos entre internos y externos en estos 200 años habla muy mal y por sí solo, de nuestro espíritu pendenciero y proclive al conflicto.
El no haber podido construir en estos 200 años una cultura de la paz, de la tolerancia, de la equidad, de la solidaridad, de la justicia y de la previsión, es un hecho que habla muy mal del inadecuadamente llamado sistema educativo colombiano.
Los varios intentos fallidos por consolidar la paz, con todos sus costos colaterales, son una realidad histórica frustrante que nos alerta sobre el futuro del proceso que en la actualidad queremos consolidar.
El haber tratado de integrarnos económica y comercialmente con los vecinos con proyectos incompletos o fallidos como la ALALC, el Pacto Andino, el ALCA, entre otros, es otro elemento de frustración.
La muerte de millones de compatriotas producto de las luchas internas y el asesinato casi sistemático de personajes ilustres, han privado a Colombia de un importante patrimonio humano, llenándonos de rabia, impotencia y frustración.
El aborto del Mundial de Fútbol de 1986, las especulaciones de Belisario con su tradicional retórica y/o verborrea alrededor de la hipotética ciudad llanera de Marandúa, comparable solamente con la Ciudad Atlante, habla a las claras de nuestros sueños fallidos y de cómo una frustración va seguida de otra frustración.
Obras que superan por cronograma a la construcción de las pirámides egipcias como la reconstrucción de los ferrocarriles, el Túnel de la Línea, la carretera Buenaventura-Bogotá, la recuperación de la navegabilidad del río Magdalena, la terminación de la carretera Marginal de la Selva, por solo mencionar algunas, nos hacen incrédulos con respecto a cronogramas y presupuestos que nunca se cumplen y que dejan muy mal paradas a las Instituciones de Educación Superior que venden programas alrededor del Diseño y la Gerencia de Proyectos.
A lo anterior hay que sumarle la corruptela y la corrupción creciente que nos ha acompañado durante toda nuestra vida republicana, haciendo que ya casi la veamos como un hecho normal en el quehacer de la administración de los recursos públicos y privados. ¡Qué gran frustración!
La falta de conciencia geográfica e histórica, el abandono tradicional de la Colombia Insular, del Chocó, de la Guajira y de los anteriormente denominados Territorios Nacionales, es otro gran estigma de frustración.
No haber podido erradicar la aftosa, no cuidar el agua, ni los páramos, ni los bosques, ni las selvas, ni a nuestros niños, es el complemento final de nuestra histórica cadena de frustraciones.
Ojalá este bicentenario nos sirva para reflexionar y para enderezar el rumbo.