El filme Milada podría ser una buena sugerencia para aquellos que aún creen en el “socialismo del siglo XXI”.
Todavía quedan héroes y heroínas; que hayan muerto noblemente por fidelidad a sus ideales es en cierto sentido una garantía de su permanencia en esta existencia, permanencia que no puede borrarse de la memoria las generaciones que les siguieron: tal es el caso de Milada Horákova (1901-1950).
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En un precioso y reciente filme checo (2017) se relata de modo sobrio la trágica y heroica historia. Milada, del director David Mrnka -¿sabrá por estos lares alguien cómo es la pronunciación de este apellido breve pero lleno de consonantes?- nos relata sobre su carácter, su momento social y político, su familia, su martirio, su fidelidad a unos ideales. Todo en medio de un régimen frío y brutal que le causó la muerte tras una notable farsa judicial. Casi la repetición de historias como la de Sophie Scholl o la de Tomás Moro.
La abogada Milada Horákova padeció prisión bajo el régimen nazi, al cual se opuso; milagrosamente de allí salió con vida. Sus talentos la condujeron pronto a lugares de gran importancia en la renaciente Checoeslovaquia controlada después de la revolución de Praga, en la postguerra inmediata, por el Partido Comunista, satélite de la Unión Soviética. Pronto Milada se daría cuenta de las prácticas políticas totalitarias de aquel partido que alcanzaría a concentrar la totalidad de los poderes, tal como lo dicta la orientación ideológica marxista. Renuncia a su cargo y de nuevo vuelve a prisión. Es condenada a muerte bajo los cargos de traición a la patria, de ser enemiga del pueblo y de espionaje a favor del imperio capitalista. Muere en la horca en 1950.
Es otro caso de víctima de las purgas de las dictaduras totalitarias, cuyos mecanismos legales se tornan en un sistema jurídico dispuesto a someterse a los intereses del partido político único y reinante. El juicio fue una farsa llena de torturas psicológicas, de presiones sobre la familia, de iniquidades, de falsedades. La justicia convertida en burla por los propios jueces dóciles al partido.
Alguien comentaba que la condición de los primeros cristianos y el modo sereno como enfrentaban el martirio es razón suficiente para creer en su doctrina. En este caso, aunque no se trató de una activista de norte religioso, sí es evidente la profunda convicción de trascendencia y la fortaleza espiritual de la cual obtuvo la entereza para afrontar el patíbulo sin resentimientos, fiel a su creencia en las ideales de la representación democrática y del respeto a los derechos de los ciudadanos en la sociedad entendida en términos liberales de igualdad y de respeto por las personas.
El filme Milada podría ser una buena sugerencia para aquellos que aún creen en el “socialismo del siglo XXI”. Una mirada actualizada de hasta dónde puede legar la pérdida de la dimensión de lo justo, de lo humano y de lo que debe ser el respeto por la libertad del individuo. En la órbita soviética luego de la ocupación de Europa oriental se vivieron los años más aciagos y oscuros de lo que es la supremacía de una visión ideologizada del estado sobre el individuo: el ser humano se diluye, se convierte en una pieza intercambiable, se atropella y se elimina. Igual a lo relatado por Kafka en El Proceso.
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No existe razón para que la gente todavía piense que estas cosas no podrían pasar en nuestro país. Aún nos quedan los ejemplos vivos de héroes y heroínas que nos hablan de la importancia de la libre empresa, de la propiedad privada, del respeto a la dignidad de cada ser humano, del estado al servicio de las personas, no lo contrario. Olvidarlos es una injusticia. Vivir como si no hubiesen existido, una trampa fatal.