La confrontación entre partidarios y opositores a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea ha dividido peligrosamente a los británicos
El martes 3 de septiembre se cumplieron 80 años de la declaratoria de guerra bajo el mando de Winston Churchill contra la Alemania Nazi. Enfrentar a Adolfo Hitler fue lo que en su momento se denominó “la hora más delicada”. De manera coincidente y luego de 8 décadas, Boris Johnson uno más de los mandatarios populistas sufre la humillación de las bancadas en la Cámara de los Comunes y el Parlamento británico en su intento por salir de la Unión Europea con un Brexit duro. Definitivamente, Boris Johnson no es Winston Churchill.
El Primer Ministro intentó una toma hostil de su propio partido conservador y las instituciones de gobierno para consolidar su poder. Hábilmente explotó las normas y procedimientos de la histórica democracia británica anunciando que suspendería el Parlamento para luego llamar a elecciones. Además, aprovechándose de la desconfianza que tienen hoy los electores con el “establecimiento”, quiso mostrarse como el líder capaz de transformar la política británica.
El rechazo del Parlamento y de su propio partido es una muestra de que en la democracia británica aun está vigente el tan necesario sistema de “check and balances”. Gran Bretaña a pesar del evidente caos político rechaza la ola de populismo global tan de moda. Su sistema parlamentarista está diseñado para resistir a los líderes carismáticos que apegados a tácticas agresivas quieren imponer su voluntad como ocurre en los regímenes presidencialistas (remember Donald Trump y compañía).
El catedrático de la universidad de Harvard Daniel Ziblatt explica con meridiana claridad cómo la democracia británica es ‘’en cierta forma menos democrática que los otros sistemas occidentales’’. Es decir, le brinda menos poder a los votantes y a los miembros de los partidos y mayor poder a los líderes de esas fuerzas y a quienes propenden por el mantenimiento de las instituciones. En otras palabras, los partidos son más fuertes, pero increíblemente más cerrados.
La confrontación entre partidarios y opositores a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea ha dividido peligrosamente a los británicos. Los segundos argumentan que el retiro del bloque sin un acuerdo seria catastrófico para la economía. Muchos expertos opinan que ello llevaría a desabastecimientos de alimentos, medicinas y combustibles y menoscabaría la cadena de manufactura que depende del flujo de bienes y servicios que llegan desde muchos países de la Unión.
Esa incertidumbre se ha traducido en una desbandada de multinacionales automotrices cerrando operaciones en Gran Bretaña. Honda anunció en febrero el cierre de su planta a partir de 2021 dejando cesantes a 3.500 empleados. Nissan igualmente decidió no continuar fabricando el modelo X-Trail en sus instalaciones de Sunderland que genera 6 mil puestos de trabajo y cuenta con cerca de 25 mil proveedores. Toyota ha dicho que de darse un Brexit duro también se retira de Burnaston.
El banco HSBC también ha decidido reducir su nómina global en 2 por ciento. El incendio no para con varios de los conglomerados dueños de aerolíneas bajando en sus cotizaciones bursátiles, ante el temor de perder las licencias para volar dentro de la UE. La libra por su parte sufrió una caída hasta llegar por debajo de 1.20 dólares.
Los británicos quedan en manos de la Comisión Europea que decidirá si accede a una prórroga después de octubre 19 y si hay de parte de los británicos voluntad política para negociar una salida menos traumática. Las encuestas indican que los votantes están a favor de permanecer en la UE, una situación igual que terminó en contra. Gran Bretaña puede optar por cancelar el Articulo 50 que desencadenó el proceso de divorcio, pero con Boris Johnson en el poder la incertidumbre es total.