Uno termina aislándose en unas obsesiones, rendido a unos circuitos, haciendo casas en el aire.
La primera biblioteca que conocí no fue en el hogar, era el mío un hogar de campesinos y en Antioquia el libro se lo vinculaba con el ocio y quizás con la locura. Han tenido las bibliotecas la dimensión de otro tiempo en el cual uno entra, una sustancia feliz hecha de relatos, ensayos e información que se han convertido en mi vida. No mitifico la biblioteca, ni el libro: son herramientas para comprender, terrenos para la exploración donde cualquier cerebro puede encontrar la maravilla y la fiesta, el horizonte y el pasado para aventurarse.
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Yo creo que la mejor definición de la poesía desde hace muchas décadas, la más vital, se ajusta a la idea de que ella es una religión natural. Una respuesta de la especie a la ausencia de sentido. Por la palabra le doy vida hasta a los muertos y los pongo a hablar. Veo unas raíces, unas voces que me preceden, de la cuales me alimento, desde la infancia y ahora con más fuerza. El alma es omnívora. La gente lo olvida y prende su cerillo siempre en la misma esquina o se la pasa pensando que lo mejor es un pan blanco. Con oliva y buen vino. No voy a repetir lo de: “Salve frisoles, mazamorra, arepa.” Pero hay que paladear para saber lo que esconde la incitación y no le metan a uno gato por liebre.
El cuerpo es el lugar de la escena y del acontecimiento. Toda novedad comienza y termina en el cuerpo, pero nos queda poco entre los versos, heridas, ojos que miran, complicidades profundas. Yo creo que el poeta ofrece un lugar y un paraje, el poeta está en busca de su lugar, si ese lugar es inaccesible para otros, si es un lugar imposible, a eso llamaría la utopía, como ausencia de lugar o imposibilidad de encontrar o construir un lugar. Uno cuida su lugar y lo protege, lo acrecienta y lo hace habitable. Puede volverse imposible hasta para un ser amado. Los lugares en ocasiones se construyen con detritus, como lo hacen los pájaros de quienes nos viene la costumbre de anidar, de ellos aprendimos lo de hacer casas en el aire.
El aforismo es más arriesgado, se me presenta como un reto. Ahí la palabra juega muy poco y entra uno en el territorio más delicado para la exposición de su propia percepción. Los aforismos surgen de una suerte de voluntad de pensar y reunir en un destello poesía y reflexión clara. Es una escritura que se siembra con más confianza en la comunicación y se reduce el juego a la captación de lo esencial. Nuestra mayor herencia, creo yo, es el romanticismo y nos hemos sumergido un poco en esos delirios del que busca la iluminación en la carne pero ella está más cerca de lo que uno piensa, está en la piel y sus emanaciones tan sutiles y cambiantes. Uno tachona su escritura, la llena de señales y mis obsesiones son elementales: busco la luz, comprender, expresar lo que percibo de mi experiencia vital. Compartir desde una experiencia de la soledad y el aislamiento que no es más que la cara de una afectividad frustrada frente a la crueldad, la vanidad, el egoísmo, el aislamiento y las máscaras de lo que queda luego. Uno termina aislándose en unas obsesiones, rendido a unos circuitos, haciendo casas en el aire.