Colombia: el olvido en tiempos de pandemia

Autor: Carlos Alberto Builes Tobón
17 julio de 2020 - 12:00 AM

No todo es confuso, trágico y desesperanzador en este espejo del conflicto social que ha hecho más evidente la pandemia del Coronavirus en Colombia

Medellín

Un joven médico llamado Juvenal Urbino que estaba obsesionado por erradicar el cólera, atiende un día a una joven de nombre Fermina Daza. A partir de ahí comienza una historia de amor que desnuda “el horror de la vida real”, que acompaña a quienes viajan constantemente por evitar el desencuentro del amor con la muerte. Dicha historia que transcurre en Colombia se relata en la novela: El amor en tiempos del cólera de Gabriel García Márquez (1985).

Muchos años después, Colombia y el mundo viven de nuevo otra pandemia, la del Coronavirus, que ya no leemos en los libros, pues somos los protagonistas de la misma. La dupla eros - tánatos que nos representa García Márquez en su novela es una imagen que ha acompañado la historia de Colombia.

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Si bien hasta ahora el gobierno colombiano, junto con los gobernadores y alcaldes han sabido viajar por el mar de la pandemia de la Covid 19 sin consecuencias tan trágicas en número de muertes como otros países de la región, cabe acotar que los efectos del confinamiento preventivo obligatorio y las medidas de Estado de Emergencia declaradas desde 17 de marzo hasta el 31 de agosto han afectado la salud de la democracia y de la frágil economía colombiana. Colombia ha vivido épocas de estados de sitio y de excepción que han normalizado muchas prácticas jurídicas que tienen mucho que ver con el conflicto social y armado. Por eso es necesario una discusión pública sobre los efectos del Estado de Emergencia para que la excepción no se convierta en regla en la llamada “nueva normalidad”.

Esta pandemia ha permitido ver con claridad el espejo que somos: una sociedad desigual y con una informalidad laboral que ronda el 47% (DANE – 2019). Ya podrán ustedes imaginarse el escenario de las calles colombianas en esta reapertura gradual de la economía. Miles de ciudadanos buscando formas de subsistencia diaria para hacer frente a otra pandemia que ya estaba presente en Colombia, la pobreza. El conflicto social y la violencia estructural que han adobado el escenario de la informalidad y pobreza en Colombia debe ser interpretado como un proceso histórico que inició antes de la pandemia pero que en tiempos de la misma se ha hecho más evidente y urgente.

El triste escenario de la precariedad social y económica de millones de colombianos no puede, sin embargo, ocultar el olvido de otra tragedia que acompaña al país: la muerte de cientos de líderes sociales y de integrantes desmovilizados de las FARC. El tratado de paz con la guerrilla de las FARC, que es admirado internacionalmente pero que divide a los colombianos, recuerda una historia ya vivida, la de la desaparición de los miembros del partido político Unión Patriótica (UP) (1984-1986).  De acuerdo al informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) Todo pasó frente a nuestros ojos. El genocidio de la Unión Patriótica 1984-2020, por lo menos 4153 ciudadanos miembros de dicho partido fueron asesinados, secuestrados o desaparecidos.

Ante el miedo de vivir la misma historia de la UP muchos excombatientes desmovilizados de las FARC gritan al gobierno y a la sociedad protección por sus vidas. La ONU ha jugado un papel decisivo en la implementación de los acuerdos de paz. Su voz legitima el acuerdo y ayuda a presionar al gobierno del presidente Duque para que este esfuerzo no sea parte de un nuevo fracaso en la historia de las negociaciones con los grupos armados en Colombia. Detrás de este complejo escenario, se esconden, afortunadamente historias micro de superación social y de coherencia políticas. Más 11.000 excombatientes de las FARC hacen parte activa hoy de la vida política, social y económica en Colombia. Sus iniciativas de emprenderismo rural, comunitario y ambiental son una huella de paz en medio de una confusión de intereses que buscan hacer creer que todo el esfuerzo de las negociaciones de paz han sido un fracaso.

Pero el conflicto armado y las múltiples violencias en Colombia no han cesado con la dejación de las armas por parte de las FARC y la implementación de los acuerdos de paz. La situación geoestratégica de Colombia, las desigualdades sociales, la porosidad de las instituciones colombianas y el deseo de superación ad infinitum de muchos colombianos han sido un campo de cultivo para que redes nacionales e internacionales de economía ilegal aprovechen el vacío territorial que dejaron las FARC y tracen los nuevos escenarios de disputa por la explotación de los recursos petroleros, los cultivos de coca y la minería.

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Una parte de las mismas Farc, llamadas en Colombia disidencias, encabezan el nuevo orden territorial, entretanto, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) se empodera del discurso político de las guerrillas y lucha sin tregua con el llamado Clan del Golfo (paramilitares) por el dominio de las regiones fronterizas con Panamá, Ecuador y Venezuela. La ambigüedad del gobierno Duque, su doble discurso de paz y guerra han complejizados aún más este escenario de conflicto y violencia territorial. Un detonante socio-económico en el que participan miles de campesinos excluidos del contrato social.

Pero no todo es confuso, trágico y desesperanzador en este espejo del conflicto social que ha hecho más evidente la pandemia del Coronavirus en Colombia. Para sorpresa de muchos, en este país hay un despertar juvenil por lo público, por participar en la acción política, como decía Hanna Arendt. Miles de jóvenes con sensibilidad ecológica, con sentido de pertenencia a un mundo global común, con nuevos intereses sociales y cansados de ver a los adultos repetir la historia del círculo vicioso de la violencia, se han lanzado a las avenidas virtuales y reales de ciudades y pueblos a gritar su desencanto de las políticas neoliberales de educación y de la precariedad laboral de un mundo y un país que los marginiza e instrumenta. 

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en su novela: el olvido que seremos testimonia la vida y sacrificio (eros y tánatos) de su padre Héctor, un homenaje a los miles de líderes sociales que continúan muriendo hoy en Colombia.

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