Hace más de un siglo la opinión en el mundo occidental está cruzada por la idea de una conspiración; norteamericanos y europeos quisieron ver en el avance de la sociedad soviética un gran complot contra todos; se ataron cabos, los escritos de Lenin y Stalin, precedidos por los demás Marx y los socialistas utópicos, se convirtieron en los primeros elementos intelectuales, a ello se le sumó luego el temor proveniente de la Primera Guerra Mundial y se agregó luego el desarrollo del poder soviético en la Segunda Guerra. Así estuvieron dados los elementos para construir una teoría de la conspiración que dura hasta hoy. La histeria frente al castro-chavismo, el macartismo de la posguerra y la hiperestesia del Departamento de Estado norteamericano han hecho el resto. El hijo de toda esta idea entre nosotros es la doctrina de la seguridad nacional (Turbay) o la doctrina de la seguridad democrática (Uribe) que ha terminado por llamar y tratar como enemigo a todo intento de organización de la población más pobre para luchar por sus derechos. Todo lo anterior ha impedido que el movimiento social en toda Latinoamérica pueda desarrollar libremente un proyecto de reivindicación social política e histórica. Entre lo colombianos las muertes de Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro León Gómez fueron increíblemente planeadas y fríamente ejecutadas como parte de esas doctrinas y sus feroces seguidores. Muchos desean el mismo destino para Gustavo Petro. La paranoia se la justifica de manera demencial. Mientras tanto la pandemia que nos azota pone al descubierto la descomunal injusticia de nuestra sociedad.

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Actualmente circula otra teoría de la conspiración ya universal qué consiste en la “detección” de unos elementos que desde el siglo diecinueve se configuran como una red de “evidencias” que apuntan a la construcción de una gran teoría de la conspiración capitalista; el club de Bilderberg, el FMI, la ONU, Rockefeller, Kissinger y todos sus asociados pretenden, según esa teoría, reducir a una décima parte la población actual. Estaríamos en manos de asesinos muy inteligentes con un proyecto hegemónico genocida.

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Las teorías de la conspiración son muy difíciles de desarmar pues integran datos, ideas, situaciones, pero sobre todo le hablan a la mente desde el temor y logran generarlo desarrollando un sistema claramente paranoico. Estas visiones son tan difíciles de desmontar como desactivar los virus; no hay otros antígenos para las teorías que el estudio de la historia y el desarrollo de una actitud crítica. Lamentablemente no han sido los sistemas educativos la más eficiente herramienta para prevenir los efectos destructivos de esas visiones, sino que en muchas ocasiones han servido para potenciar la perturbación colectiva y difundir teorías simplistas. En este mismo momento el cierre de la educación y el confinamiento de maestros y estudiantes contribuye de manera definida al deterioro de las condiciones para el desarrollo del espíritu crítico. Tal vez las teorías descritas se anclan a las mentes individuales y colectivas por un mecanismo automático de la mente que lleva también a la aceptación de los dogmas y a la creación de sectas que aglutinan los seres humanos; el espíritu gregario constituye sin lugar a dudas el mayor obstáculo para el desarrollo del pensamiento crítico y para la implementación de una cultura científica y racionalista.