El enojo colectivo por estos hechos se multiplica por la larga ausencia de una estable coalición gubernamental.
Tres circunstancias de desigual significado provocan en estos días el enojo de amplios sectores de la población israelí.
La primera alude a la conducta del presidente Reuvén Rivlin y de los ministros Netanyahu y Litzman, este último responsable por los servicios de salud. Todos ellos han violado un mandato que se impuso al conjunto de la población israelí en estas jornadas coronadas por el virus: la obligación de aislarse en los hogares sin establecer contactos con familiares cercanos.
Sin embargo, en la noche de Passover Rivlin solicitó a su hija y nietos llegar a la casa presidencial y compartir con él una festiva cena, acto que no sólo implicó riesgos para todos ellos; negó severamente las disposiciones gubernamentales.
Por su lado, Benjamín Netanyahu también se permitió evadir las reglas que él mismo impuso a toda la población al invitar a su hijo y a su prometida al lugar donde en estos días se encuentra aislado por haber estado en contacto con afectados por el virus. Y para colmo, en franco repudio de las normas convenidas, el propio ministro de salud que encabeza un partido que ignora la legitimidad del Estado judío no dejó de reunirse en la sinagoga con sus simpatizantes.
Cabe añadir a estas circunstancias la ausencia de medidas eficientes dirigidas a alejar a la población en general – particularmente en Jerusalén y en las ciudades vecinas del barrio ortodoxo Bnei Brak – de los impactos del corona que hoy se multiplican entre los fundamentalistas religiosos, incluyendo a sus numerosos hijos que moran en estrechos espacios. Afectados por el virus, en no pocos casos se resisten a aislarse y recibir el tratamiento apropiado. El resultado: el acentuamiento del enojo colectivo contra estas agrupaciones que eluden el servicio militar, desprecian estudios universitarios aunque toman parte activa en las elecciones, y viven a expensas del público presupuesto sin reconocer la legitimidad del Estado. Generosa tolerancia que empieza a conocer límites.
El enojo colectivo por estos hechos se multiplica por la larga ausencia de una estable coalición gubernamental. A la fecha, ni Netanyahu ni Ganz han acertado a convenir los términos de una alianza que debería conducir a justos equilibrios en el poder y a un eficiente liderazgo nacional. Se permiten un juego arbitrario que irrita a la mayoría de la población después de tres torneos electorales.
Cabe anticipar que el descontento popular se ampliará en los próximos días si parte de la fuerza laboral – dos tercios de ella hoy desempleadas- no retorna a sus puestos de trabajo.
En suma: tres espinosas circunstancias que en este país presentan un filo particular.