El presidente y su partido no se prepararon para dejar de ser protagonistas de la oposición, con otra agenda, la de gobierno.
Era previsible que a Duque le fuera mal en las acostumbradas encuestas de los primeros 100 días de gobierno, pero no tanto. No se conoce mandatario alguno, en la historia reciente de Colombia, con tan baja calificación como bautizo de fuego. Las encuestas parecen consistentes porque en general coinciden. ¿Por qué el desplome?
Se trata de un presidente que acaba de ganar con una votación histórica, nutrida. Joven, sin lastres desgastadores en su pasado, con audiencia en los medios de comunicación y sabe hablar. Designó un equipo de gobierno con paridad de género y con personas, en su mayoría, sin recorrido y técnicas, como un intento de vender un gabinete no contaminado por los vicios de la politiquería y la llamada mermelada. Pero arrancó mal. El presidente se cansó de corregir a varios de sus funcionarios dedicados a calentar los ánimos con sus primeros pronunciamientos, como el ministro de Defensa respecto a la protesta social, el embajador Francisco Santos sobre Venezuela y Carrasquilla sobre las pensiones y el bolsillo. Para no mencionar el comportamiento de sus compañeros del partido de gobierno, empezando por el discurso de posesión del actual presidente del Senado.
Lo del equipo de gobierno joven y técnico con rapidez se desgastó porque no pasó desapercibido el convencimiento de que detrás de su designación estaba la influencia de los gremios económicos y el afán de pagar apoyos electorales con el nombramiento de personajes, por lo menos, cuestionados ante la opinión. Faltan los indispensables escuderos presidenciales, más en un país polarizado y caldeado por la crispación política y social. Ni en el palacio de Nariño, ni entre sus amigos del Congreso de la República.
Las explicaciones de fin de semana a la debacle presidencial abundan en referirse a la propuesta del IVA en boca de un ministro vapuleado por las dudas y la masiva movilización estudiantil. Contribuyen al desgaste, pero son insuficientes, como también las de los párrafos anteriores. Uribe arrancó periodo con una propuesta tributaria similar y no pasó nada. Y protestas sociales, las hemos tenido, pero sin golpear tan duro. Tiene que haber algo más.
Ese algo más, tiene que ver con que el presidente y su partido no se prepararon para dejar de ser protagonistas de la oposición, con otra agenda, la de gobierno. Los dos mandatos de Uribe y el primero de Santos, tuvieron como acicate la lucha contra las Farc. Ese era el demonio a derrotar. Y convocó. Y ese fue el eje alrededor del cual giró la política colombiana en los últimos 20 años. Ello le facilitó a Uribe incrementar el IVA, pasar del 2 al 4x1000 y crear nuevas cargas como el impuesto de guerra. Todo era permitido con tal de aniquilar a las odiadas Farc.
En la campaña electoral de este año, el espectro de la guerrilla estuvo presente para movilizar el repudio, electoralmente mayoritario, a los acuerdos de paz. Ganó Duque y su reto es gobernar. El espectro convertido en fantasma no es suficiente para atender los acuciantes problemas del país. Duque se encontró con unas realidades jurídicas que blindaron los acuerdos, una comunidad internacional que valora los mismos, un buen comportamiento por parte de la mayoría de desmovilizados y una población que espera respuestas en tantos frentes acumulados.
La iniciativa de la economía naranja fue una simple papeleta sin pólvora. El esfuerzo ahora es lograr que el Plan nacional de desarrollo, en discusión, haga el milagro de entregarle al gobierno el suficiente perrenque programático que lo saque del pantanero creado por quienes solo tienen por norte hacer trizas o entorpecer los acuerdos de paz. Banderas ganadoras en elecciones pasadas, perdedoras hoy según las encuestas. ¿Será posible?