En este proceso kafkiano perdieron las familias: los padres no sabían dónde estaban sus hijos. Los hijos no sabían dónde estaban sus padres. Y el gobierno tampoco.
Mientras en los Estados Unidos el público sigue entretenido con el circo en torno al cual gira la administración Trump, la tragedia vivida por cientos de familias a quienes les arrebataron sus hijos no termina. Un episodio que no tiene antecedentes en la historia reciente que muestra la ineptitud y crueldad de un gobierno sin que el Congreso como juez natural actué como es su obligación. De las jaulas en las que encerraron a muchos menores se pasó a la repartición de niños a otros sitios de reclusión bajo la custodia del Departamento de Servicios Humanos.
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El juez que obligaba a reunificar a las familias en un plazo de 30 días, arremetió contra las agencias que manejaban el proceso por la falta de preparación y coordinación. De acuerdo con su análisis, había 3 agencias cada una con sus jefes que no se comunicaban entre sí. En este proceso kafkiano perdieron las familias: los padres no sabían dónde estaban sus hijos. Los hijos no sabían dónde estaban sus padres. Y el gobierno tampoco. El típico desorden burocrático en el que está en juego el más elemental de los derechos humanos.
Es común que la administración pretenda tratar este asunto apelando a las cifras, a los números y termina como el cuento de que fue por lana y termino trasquilado. Indagando cuantos niños aún no han logrado unirse a sus progenitores afirman sin prueba que son 542. Nadie da fe de su veracidad pero ello carece de importancia pues lo que importa es el abuso que se viene cometiendo y el daño sicológico causado.
Unos menores que debieron soportar penosas semanas de viaje entre sus países de origen y la frontera para terminar recluidos como si fueran delincuentes. Detrás de los rostros inocentes se refleja el dolor, el trauma y la tristeza de la separación y el abandono. Aplicar la ley a rajatabla sujetados a la política de Tolerancia Cero como herramienta para disuadir a quienes tratan de ingresar a los Estados Unidos ilegalmente, es injustificable e inhumano.
Repugnante escuchar al portavoz de la oficina de inmigración decir que los centros de detención eran “como campos de verano” pues allí “esos individuos tienen acceso a comida y agua las 24 horas. Hay canchas de deportes y hasta servicios médicos y odontológicos. A muchos por primera vez les revisamos su dentadura”. Que generosidad y compasión. No importa que sigan siendo cárceles.
Pero la situación empeora cuando el padre o padres han sido deportados y los hijos quedan bajo la custodia de las autoridades. De acuerdo con el conteo de Ice son 400 inmigrantes quienes fueron enviados de regreso a sus países. Al momento de la separación de las familias, los padres renunciaron a la potestad firmando un documento que nunca entendieron. Otra aberración legal que resulta en una cantidad indeterminada de menores en manos del gobierno o terceros. Es muy posible que muchos padres jamás recuperen a sus hijos.
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La separación forzada es la semilla que germinará en odio durante generaciones. Una práctica depravada que borra el sentido humanitario de un país que por siglos le ha dado la bienvenida a cientos de miles de refugiados. Si los legisladores actuaran en conciencia deberían estar condenando a la administración Trump por sus actos despiadados de desgobierno e ineptitud.