De la cuarentena a la centena…y más

Autor: Manuel Manrique Castro
15 julio de 2020 - 12:00 AM

El mérito para el control del coronavirus reside en los millones de familias y especialmente en las mujeres, convertidas en columna vertebral sostenedora del aislamiento, que durante 100 o más días le han cerrrado la puerta a la multiplicación de la pandemia.

Medellín

Hace cuatro meses el hallazgo de los primeros casos de infección por coronavirus y la noticia, primero de un simulacro seguido de cuarentena, llegó como un ruido desconcertante, parecido al viento de las películas cuando se avecina una tormenta. Las del oeste o de terror usan muy bien este recurso. En las primeras no faltan los bultos de heno dando brincos y corriendo velozmente por la calle principal de un pueblo vacío. En las otras, el anuncio viene de cortinas agitadas o puertas enloquecidas y sin control. 

Para nosotros el heno o las puertas equivalían a mezcla entre sorpresa e ignorancia. Llegábamos a territorio desconocido y nuestro polo a tierra era el martilleo constante de la inquietante información procedente de países asiáticos y europeos como China o Italia. La pandemia de 1918 se había perdido en el tiempo. 

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El gobierno nacional cumplía 20 meses en el poder, un ejército de gobernadores y alcaldes menos de 100 días en sus cargos y súbitamente, la pandemia los obligó a cambiar sus hojas de ruta. Ya no iban al destino prometido en campaña, ahora la razón de ser de sus recién nacidos mandatos era evitar la multiplicación de la muerte, aunque nadie, ni el más experimentado o sabio, podía anticipar hacía dónde íbamos.

Vino a continuación una respuesta humana, comprensible en tiempos confusos: el coro interminable y bullicioso de voces opinando con certeza y sin mayor sustento acerca del virus, su origen, los responsables, el tamaño de la amenaza, la manera de deshacerse de él, las precauciones más eficaces y mucho más.

De qué otra cosa se podía hablar si las calles, estadios, conciertos y parques públicos sufrían de silencio. No había compañeros de pupitre ni colegas de trabajo, menos seguridad sobre el futuro.  Tal vez se trataba de una necesidad íntima y era indispensable buscar explicaciones para seguir adelante.

El ruido, sí desconcertante, porque no era terremoto, ciclón o tornado, que después de grandes estragos, obliga a gobierno y víctimas, a poner manos a la obra, emprender la reconstrucción, sacar las lecciones necesarias y, en lo posible, prevenir situaciones futuras semejantes. 

Aquí no hubo sacudón o viento desquiciado. En nuestro caso, el ruido ensordecedor continúa con fuerza destructora ocasionando daños que, en el caso de la salud, tiene en el aislamiento uno de sus principales paliativos, tanto para salvar vidas como para evitar el colapso sanitario.

Pese a anunciarse como temporal, el confinamiento tiene visos de convertirse en medida permanente, por lo menos para quienes no requieren desplazarse a una fábrica o comercio. Total, tenemos colegios cerrados, universidades discutiendo su futuro funcionamiento, el teletrabajo continúa, siguen las restricciones para salir de casa y la reapertura económica avanza con cautela y pendiente del virus. Basta sólo mirar a Estados Unidos o Brasil en su terco y prematuro intento de abrir la economía para reconocer cuán riesgosa es tal operación.

Tras meses de reclusión, cualquiera sea el país, las manifestaciones de agotamiento e impaciencia se hacen sentir. Ambas incluyen expresiones de deterioro emocional como aumento de trastornos depresivos, dificultades para el sueño, ira, ansiedad, tensión, pensamientos negativos, desinterés, angustia, incertidumbre permanente y más, cuya atención oportuna y adecuada es, desafortunadamente, una quimera lejos del alcance estatal.

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Ha sido igualmente un periodo de aprendizajes, especialmente para los más jóvenes, expuestos durante esta etapa a términos nuevos como: protocolo, camas UCI, entubación, epidemiología, mascarilla, respirador, distancia social, quienes también, ya en un plano más serio, sacarán lecciones transformadoras para su vida futura.

El mérito para el control del coronavirus reside en los millones de familias y especialmente en las mujeres, convertidas en columna vertebral sostenedora del aislamiento, que durante 100 o más días le han cerrado la puerta a la multiplicación de la pandemia. Vale señalar que, como dice el mozambiqueño Mia Couto, “la cuarentena tiene sus jerarquías sociales” porque detrás de la experiencia común de no poder salir a la calle, se esconde una contrastante desigualdad social exigiendo, a gritos, inmediata atención pública. No sólo los paliativos a la crisis que nos aqueja sino soluciones de largo aliento.

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