Las utilizan cual banderas fulgurantes, sin el más mínimo asomo de vergüenza y sin mérito alguno para ondearlas
Las dos del título las proclaman todos a grito abierto y no hay ser humano que las contradiga ni vaya contra ellas, y nadie por imbécil que sea se atreverá a sugerir siquiera que está de acuerdo con coartar la primera, y mucho menos cohonestar la segunda.
Es por eso por lo que en Colombia muchísimos las utilizan cual banderas fulgurantes, sin el más mínimo asomo de vergüenza y sin mérito alguno para ondearlas, haciendo alarde de un cinismo sideral que nadie se explica cómo es que pasa inadvertido para los ingenuos ciudadanos.
No se trata de individualizar a nadie en particular, aunque habría material de sobra, pues en este caso es más valedera la generalización, ya que como reza el adagio popular, en la situación actual del país “no hay de que hacer un caldo”.
En el aparte de las libertades, por ejemplo, ¿quién no defiende las de prensa, opinión e información? Aquí hasta dan cátedra sobre esos asuntos algunos directores de medios de comunicación, quienes, a la hora de pensar en la facturación y los intereses de la empresa, se pasan por donde sabemos los postulados que tanto predican.
¿Hay libertad de prensa en Colombia? Claro que sí, y está consagrada en la mismísima Constitución. Pero pasar del grandilocuente enunciado constitucional a su cabal aplicación hay mucho trecho, y en ese tramo se sacrifican, por ejemplo, la libertad de información, esa que se le niega al receptor, sea lector, radioyente o televidente.
La libertad de prensa se convierte en este caso en un enunciado vacuo, y tras de él se van la neutralidad, la equidad, la imparcialidad y todo aquello que redunde en una verdadera y desapasionada información que ilustre en forma adecuada y contribuya a la toma de decisiones racionales e inteligentes.
También se violan esos sagrados postulados cuando se informa con sesgo o se deja de informar; cuando el tratamiento no es igual para todos; cuando se invisibiliza o se magnifica, según el contexto, en fin, cuando desaparece como por encanto, pero eso sí, a ciencia y conciencia, el deber de informar honestamente.
¿Y qué decir de la corrupción como bandera? A veces queda la impresión de estar viendo al ratero gritando: Cójanlo… Cójanlo, mientras más aprieta la billetera o el celular que acaba de rapar al indefenso ciudadano, al tiempo que escapa ante la duda de los transeúntes.
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Con toda honestidad, como corresponde al tema, cree usted amable lector que la corrupción puede ser combatida por quienes en el pasado hicieron de ella su modus vivendi, unos más que otros, pero todos sisándole al Estado en ministerios, alcaldías, ¿gobernaciones o en cualquier cargo burocrático?
Hace 83 años en Buenos Aires, el visionario – o vidente – Enrique Santos Discépolo, escribió la siempre vigente letra de su tango, Cambalache, que en una de sus estrofas resume, con infinita sabiduría, lo que hoy es Colombia: “Vivimos revolcaos en un merengue/ y en un mismo lodo todos manoseaos”.
Renglones antes quedó escrito que no se trata de individualizar, porque sí esa fuera la pretensión, no alcanzarían cuatro o cinco columnas como esta para describir el lodazal inmenso en que está sumido el país.
Es más bien una manera de retrotraer a la conciencia de los lectores el tenebroso y ojalá irrepetible prontuario de la mayoría de los actores de hoy, en esta comedia que algunos llaman “política dinámica”, pero que no es más que el vergonzoso tráfico de influencias, intereses, favores y trapisondas a la orden del día. Una miradita por el retrovisor mental no caería nada mal.
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