La idea es simple de expresar, pero evidentemente no ha sido fácil de entender: ningún homicidio tiene justificación porque toda vida importa.
“El 24 de abril, Medellín perdió a dos mujeres. Una sin identificar, encontrada en la Asomadera, y a Érica María Restrepo Villa…” dice una publicación de la colega y amiga Luz María Tobón, quien ha añadido a sus labores cotidianas la necesaria, aunque triste, tarea de hacer visible la tragedia de la violencia que sigue pavoneándose entre nosotros. Una voz serena pero firme que no nos deja olvidar que la tasa de homicidios en Medellín ya alcanza los 28 por cada cien mil habitantes, pero sobre todo que no se trata solo de una estadística que muestra cómo ha empeorado esa realidad en los últimos tres años, sino de una barbarie que implica la pérdida de más de 225 personas en lo que va del año, una desdicha tantas veces repetida.
Ella, como el colectivo detrás de la campaña #NoCopio, y algunas otras voces, han hecho público su rechazo a cualquier forma de violencia como parte del ejercicio de la libertad de expresión que implica no quedarse callados frente al horror del asesinato, no permitir que de tanto repetirse se vea como un asunto normal, ni admitir que se pretenda justificar desde ningún punto de vista. La idea es simple de expresar, pero evidentemente no ha sido fácil de entender: ningún homicidio tiene justificación porque toda vida importa.
Y mientras aún celebramos el día del idioma, es bueno que no permitamos que los amantes de la guerra y de la violencia nos enreden con eufemismos y promesas fallidas. Debemos empeñarnos en defender la vida, con hechos, con acciones, pero también con las palabras precisas, sin miedo, sin censura, sin rodeos, ni juegos verbales. Como lo hace con su propio tono Luz María, como algunos otros que hoy no tienen la misma amplificación ni los mismos micrófonos que tienen quienes retan, insultan o amenazan.
Pero como la reducción de homicidios no solo implica declaraciones de voluntad, sino acciones concretas que se conviertan en cambios culturales, los promotores del #NoCopio, además de proponer compromisos puntuales para el rechazo de la violencia homicida, empezaron esta semana un llamado que parece sensato: votar por la vida, no por el miedo, en las elecciones de octubre próximo.
Atender la invitación implica poner el homicidio en la agenda pública como asunto fundamental del debate para superar propuestas altisonantes o populistas, lugares comunes o reacciones primarias que llaman a la “mano dura”, o en el peor de los casos impulsan la “justicia por mano propia”, el “armar a los ciudadanos de bien” y otros absurdos mediante los cuales siembran miedo para vender la promesa de seguridad.
Implica también exigirles a los candidatos reflexiones documentadas sobre un problema estructural y propuestas concretas para defender la vida. Promover la utilización de la inteligencia individual y colectiva para buscar alternativas de seguridad y convivencia, de mejores oportunidades para quienes menos tienen de manera que se reduzcan riesgos.
Pero más allá de la jornada electoral, el llamado permanente tiene que ser a impedir que veamos como normal el asesinato de más de 225 personas en cuatro meses. Menos aún, que se trate de justificar un asesinato convirtiendo a la víctima en culpable con expresiones como “era un ladrón”, “el que a hierro mata a hierro muere”, “se están matando entre ellos”, “era de un combo”, “andaba mal acompañado”, etc. O disimulando la culpa de los autores materiales: “movido por los celos”, “en un momento de ira e intenso dolor”, “cegado por la rabia”, “no tuvo más remedio”, entre otras frases que veladamente justifican el homicidio.
Como dicen los promotores de la campaña, nada justifica el homicidio. En eso, tenemos que ponernos de acuerdo como sociedad. Sobre todo, porque las principales víctimas de esta máquina de la muerte son jóvenes vulnerables que deberían ser la esperanza de un futuro más equitativo y mejor para todos. Y, hay que decirlo sin ambages, solo un pequeño porcentaje de las víctimas presenta antecedentes judiciales. Por eso, como nada justifica el asesinato, cualquier esfuerzo por evitarlo será poco. Es hora de levantar la voz para decir que los infieles, atracadores, homicidas y lo que sea, merecen vivir como cualquiera y responder por sus faltas como corresponde en un estado de derecho.