El presidente necesita el apoyo de todos los colombianos y una cúpula militar y de policía que ponga en marcha las estrategias necesarias para acabar con los narcocultivos, los laboratorios y los mafiosos de todo tipo
El próximo martes, como todo mundo sabe, comienza la era de Duque. Recibe, por obra y gracia del desgobierno y la traición de Santos a la democracia, un país descuadernado políticamente, con una oposición desleal, que comenzó desde el momento en el que el presiente fue elegido; con un acuerdo de paz que premia a los peores violadores del Derecho Internacional Humanitario, responsables de decenas de miles de delitos de lesa humanidad, con la libertad (a lo sumo, una falsa condena que no los sentenciará ni a un día de cárcel) y con la participación en el congreso, sin siquiera haber confesado sus delitos y reparado a las víctimas.
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Con gran parte del territorio sembrado de coca y lleno de laboratorios de cocaína, en manos de algunos elementos de la cúpula de las Farc -como se sigue del caso de alias Santrich y de otros que están en lista de espera, así como de las llamadas disidencias de las Farc -para muchos analistas, se trata de la aplicación de la combinación de todas las formas de lucha, llevada al extremo-, el Eln, el Epl el Clan del Golfo y todo otro tipo de grupos delincuenciales, que ponen al país al borde de ser un estado fallido, que es el principal problema que enfrentará el presidente, para lo cual necesita el apoyo de todos los colombianos y una cúpula militar y de policía que ponga en marcha las estrategias necesarias para acabar con los narcocultivos, los laboratorios y los mafiosos de todo tipo, y le dé una salida a los cientos de miles de colombianos que han sido usados por aquellos para sus aviesos cometidos.
Y no es algo menor, lo que ocurre con el colapso de la economía, la crisis de la salud y la educación, la avalancha de impuestos a los colombianos. De hecho, no hay una sola actividad de la vida pública del país que no haya sido afectada negativamente por la gestión de Santos.
Pero su herencia siniestra soló fue posible, por la destrucción sistemática a la que sometió a las instituciones del estado democrático y a los valores de la ética ciudadana, aquella que deriva y, a la vez, retroalimenta la convivencia de los colombianos, mediante el cultivo de valores como el respeto a la verdad, el ejercicio honesto de las relaciones con los otros, la solidaridad, la convivencia y aceptación del otro, independientemente de su condición social, cultural y étnica, basadas en el respeto a la ley y a las libertades y derechos de todos los miembros de nuestra comunidad política.
Santos fomentó la cultura de la impunidad, e impuso el contra mandamiento de “ser pillo paga”. Y no lo hizo sólo en la negociación con las Farc, sino que predicó con el ejemplo, desconociendo la voluntad del pueblo en el plebiscito. Y claro está, se hizo el ciego con los escándalos de corrupción de sus funcionarios, como el director del Sena, y hoy secretario general, y los ministros, hombres y mujeres, del despacho, mientras utilizaba abundantísima mermelada para comprar la voluntad de la mayoría de los miembros del congreso a cambio de que le aprobaran todo, incluso, un acto legislativo en el que le quitaba su capacidad para legislar. ¿Y qué decir de los medios? La mayoría de estos y muchos de sus analistas son responsables de desinformar sistemáticamente a los colombianos, de justificar los injustificable del acuerdo con las Farc y de servir de ideólogos o de difusores y amplificadores de los libelos contra la oposición, a cambio de un suculento plato de lentejas. Han sido el reino de la posverdad.
Santos utilizó métodos ilícitos, para captar recursos provenientes de Odebrecht y de la mafia para llegar a la presidencia; pervirtió la justicia, permitiendo los manejos criminales del anterior fiscal y del director Nacional de Inteligencia, para crear montajes contra el candidato Zuluaga; influyó en el nombramiento de magistrados de las Cortes y del Consejo de Estado, para que le avalaran los proyectos insostenibles en los desarrollos de la negociación con las Farc, o juzgaran a aquellos que consideraba de la oposición, poniendo en marcha la estrategia siniestra de desprestigiar y encarcelar a la oposición, con el objetivo de remover todo obstáculo a sus tenebrosos propósitos. El último de los cuales, por supuesto, el de encarcelar a Uribe, mientras los delincuentes de lesa humanidad de la Farc están en el Congreso; en una maniobra que tiene todas las trazas de ser un montaje, del que Uribe está saliendo airoso, para fortuna del país y para desgracia de los persecutores.
Y dentro de la herencia maldita está, como no, el haber fomentado el clima de polarización y de acoso a la nueva oposición a la administración del presidente Duque, que afortunadamente, comienza este próximo martes. Y en este entorno crispado, la cereza del pastel es haber promovido en la última semana de su gobierno, la encerrona a Uribe, que además de ser el trofeo mayor buscado, tiene el propósito de golpear a Duque. Porque, como señalé en mi artículo anterior, Santos y sus amigos -Petro, la Farc, etc.- no se resignan a haber perdido y tienen la estrategia clara de entorpecer al máximo a Duque para ganar en el 2022.
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Pero Colombia ha decidido otro curso de acción. Duque ha integrado un gabinete amplio en el que hay gente talentosa que proviene de las toldas de los que votaron el sí, porque quiere un gobierno que represente a todos los colombianos para dar el salto definitivo a la modernidad. Que es incluyente y se preocupa realmente por la gente. La nueva oposición, desleal a la democracia, por naturaleza, se aislará sola, si los colombianos notan que hay un gobierno transparente, que no tolerará la corrupción, que sacará al país de la miseria del narcotráfico, y en el que la gente progresa.
He venido exponiendo en otros escritos que, en el futuro inmediato, es crucial la reforma a la justicia. Sin un poder judicial imparcial, que colabore con el ejecutivo y el legislativo en los términos fijados por la Constitución, en la lucha contra el narcotráfico, contra la corrupción y por el imperio de la ley. Ha enviado mensajes tranquilizadores a las Cortes, en el sentido de que no quiere un enfrentamiento con ellas, convencido -es mi hipótesis- de que el poder judicial se despolitiza y se reforma por consenso, o el país lo hace sin tenerlo en cuenta, porque la opinión nacional no resiste tanto desafuero, tanta corrupción y tanto abuso.
Ahora, de lo que se trata es de rodear al nuevo presidente, darle un margen de maniobra. Doctor Duque, ojalá pueda llevar al país al mejor puerto de todos: el de una Colombia que progresa, que es equitativa e incluyente, que emprende y que respete la ley. Llegó la hora de pasar de los enunciados a los hechos. Del desastre a la esperanza.