Desde un mapa abstracto colocado en una oficina fueron trazando inconsultamente carreteras arrasando a su paso la topografía existente, secando los arroyos
Quizás una de las mayores tragedias ambientales en Colombia lo supuso la destrucción de la Sabana de Bogotá, paisaje construido del trigo, la cebada y la papa, senderos flanqueados por sotos de árboles, atardeceres lentos y sublimes descritos por muchos escritores y algunos pintores. Hasta nuestro Francisco Antonio Cano anticipándose a Gonzalo Ariza tiene un bellísimo cuadro sobre la sabana vista desde la altura de los cerros como a ojo de pájaro. En pocas décadas la agresión de la fealdad fue destruyendo este paisaje único que pudo ser conservado tal como se hizo en Inglaterra y Francia. Carreteras invasoras a cuyo paso fue creciendo la fealdad de los ventorrillos de comida, de garajes, cobertizos, basureros. Para los contratistas este territorio no contó con una previa lectura de las particularidades topográficas, riberas de agua, desniveles, la su flora y fauna, sino que desde un mapa abstracto colocado en una oficina fueron trazando inconsultamente carreteras arrasando a su paso la topografía existente, secando los arroyos. ¿A qué llaman entonces esos contratistas, topografía, ingeniería paisajística? Trazar una carretera tiene como objetivo no solo acortar distancia sino humanizar un trayecto de vías llenándolo de motivos visuales, abriéndolo a la contemplación de panorámicas. Aquí nace la noción de horizonte, de lontananza y por eso al viajar buscamos encontrarnos con aquello que nos recuerda un sentimiento hacia una naturaleza a cuya cercanía no queremos renunciar. Ensimismarnos dentro del vehículo en el cual viajamos es constatar que lo que está afuera ha dejado de existir como motivo.
En menos de tres años Medellín de mano de una oleada de constructores decidió invadir el territorio de Llano Grande y de su conjunto de municipios, o sea uno de los paisajes más bellos del mundo en ese entonces, un paisaje construido bajo la estética de las grandes familias que le dieron a sus casas de campo la impronta estética que cualifica el salto histórico entre una ruralidad, un campo en barbecho – la finca rústica- y un espacio construido con jardines, bardas, respeto a ríos y quebradas y siembra de árboles emblemáticos y una arquitectura moderna. Todavía estaban presentes algunas antiguas haciendas distintivas del siglo XIX, la arquitectura regional. ¿Cómo recibir el impacto de POT inconsultos dominados por la dañina idea del loteo y la más dañina norma del llamado uso mixto? Al no haberse dado previamente in situ una lectura de estas topografías, de su valor paisajístico, Llano Grande es hoy un fiasco urbanístico con malls vacíos, venta de arena y de materiales de construcción, ventorrillos o sea fealdad a diestra y siniestra. El “round point” que pretende distribuir el flujo vehicular de la carretera Rionegro- la Ceja- Llano Grande - Carmen de Viboral es un dibujito que da risa y la vía que remata en Llano Grande un adefesio que no respetó la topografía y remata abruptamente sin bahías de entrada y salida. El río que debe ser el eje estructurante de cualquier proyecto ambiental es ignorado y sigue convertido en un vertedero de aguas negras. El concepto de Patrimonio cultural, lo recuerdo, no solo se refiere a la arquitectura y el arte sino al paisaje como un bien intangible que no puede ser impunemente destruido por unos comerciantes con el silencio cómplice de las Oficinas de Planeación respectivas.
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