Las fuerzas oscuras borraron incluso la cátedra de historia en la formación de las nuevas generaciones. Han logrado su objetivo, por ahora,
El tomo 2 de La violencia en Colombia, ese texto emblemático de Ediciones Tercer Mundo, escrito por monseñor Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, se publicó en 1964, hace exactamente 55 años. Hay en él un recuento de las reacciones que hubo cuando la edición del tomo 1 y un análisis tan juicioso del problema que, al leerlo con reposo, se desencadena en uno la sensación escalofriante de que este es un país que se ha detenido en el tiempo y que, empecinado en desconocer su historia, está condenado a repetirla hasta el infinito.
Ya desde entonces se leían reflexiones en el sentido de que “la violencia abierta cuyo retroceso puede quedar registrado en las estadísticas oficiales, va dando paso a otra más sutil y peligrosa, por ser subterránea...”, para enseñar como desde entonces fuerzas oscuras tienen un interés real en que esa violencia no se detenga.
La campaña de desprestigio al libro y sus autores, con la pretensión de restarle credibilidad a sus datos aterradores y a las responsabilidades compartidas por toda la institucionalidad reinante, no se hizo esperar y tuvo variables tales como que el texto carecía del “imprimátur” de la Curia, lo que lo hacía un libro espurio; que no tenía rigor científico o que sus autores eran apologistas de la violencia.
De hecho, en octubre de 1962 los periódicos El Tiempo y La República convocaron a una Asamblea Nacional de Directores de periódicos en Bogotá a la que asistieron 38, tanto liberales como conservadores, quienes con la excepción honrosa de Tribuna de Ibagué, firmaron una declaración en la que se comprometían, entre otras cosas a “evitar toda polémica sobre las responsabilidades que en la violencia hayan tenido los partidos políticos, dejándole el necesario juicio histórico a una generación menos angustiada y comprometida” y a no asignarle “ningún título político a los victimarios y las víctimas”.
Flavio de Castro, director del periódico que se abstuvo, escribió: “Tribuna no cree que la violencia y el crimen y la inseguridad y el desorden se acaben si la prensa deja de mencionar esos fenómenos o si los menciona con mayor despliegue y sale a decir, sincronizadamente, alabanzas a la paz y a la democracia, mientras fuera de los lingotes , de las columnas, de las ediciones, de los palacios de gobierno y de los clubes, la realidad es bien distinta y nada se hace por transformar la vida del hombre colombiano”.
El General Alberto Ruiz Novoa, comandante del ejército por esas fechas declaró sobre la obra que era “en parte equivocada, parcial, calumniosa y producto de relatos novelescos”.
Aunque el libro resistió todos los embates y es reconocido hoy como el más serio estudio sobre el tema, en el período analizado, puso en evidencia toda la argumentación esgrimida por quienes sintieron en él una amenaza a sus intereses. La misma argumentación que se repite hoy, en el mismo tono, con la misma vehemencia y carga tendenciosa de terror por la verdad y el interés en distorsionarla.
En ese entonces, hace 55 años, los autores reflexionaron que para “intentar cualquier solución plausible” hay dos presupuestos indispensables:
“A.- Es necesario crear de nuevo en los colombianos un pensamiento, un interés y una voluntad de nación. Mientras tal cosa no se realice como logro colectivo, es previsible que perduren factores desintegrantes…”
“B.- …la urgencia de construir una dinámica conciencia histórica, porque mientras de ella carezca, será horda con todas las regresiones de la horda…”
Bueno, nada de esto se ha trabajado. Las fuerzas oscuras borraron incluso la cátedra de historia en la formación de las nuevas generaciones. Han logrado su objetivo, por ahora, porque la otra cara del fenómeno es que la decadencia les ha llegado, se siente su declive.
Tenemos esperanzas por aquí, pues se cumple una especie de axioma esbozado por Faulkner en Humo (Emecé Editores. Buenos Aires 1996) cuando dice: “No son las realidades ni las circunstancias las que nos sorprenden; sino el choque de lo que debimos haber sabido, si no hubiésemos estado tan absortos en la creencia de lo que más tarde descubrimos haber tomado por verdad, sin más base que haberlo creído así en aquel momento…” Es cierto, ya no estamos tan absortos.