A propósito de la conmemoración de los 90 años de la muerte de Ricardo Güiraldes, la maestra Lucila González de Chaves revisa su obra.
Ricardo Güiraldes murió hace noventa años (1927) en París. Había nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1886.
Aunque en Latinoamérica lo hayamos olvidado y ya no esté presente ni siquiera en las clases de literatura, él sigue siendo un gran escritor reconocido universalmente.
Güiraldes, el estudiante sin éxito, de derecho y de arquitectura, se decide a ser escritor, y con la sensibilidad francesa asimilada profundamente, describe la vida, las costumbres y el paisaje argentinos.
Dicen los minuciosos biógrafos que Güiraldes fue un protegido de los dioses porque no conoció las dificultades económicas.
Viajó por África, Asia, América Latina, Europa, y se detuvo en Francia a causa de la literatura de aquel país y de su amistad con el gran poeta Valéry, quien presintió que Güiraldes sería uno de los destacados escritores nacionales argentinos. Y, ¡sí que lo fue!
Cencerro de cristal
Libro de prosa y verso (1915), en el que Güiraldes se muestra precursor de las “vanguardias”, corrientes literarias que había conocido en sus años vividos en París.
Algunas de su prosas y, aun (sin tilde), sus versos son retornos a su juventud, y en sus recuerdos evoca al gaucho, idealizándolo.
Marcó un hito en la poesía argentina, ya que representa, literariamente, el paso del modernismo al ultraísmo.
(El ultraísmo, movimiento poético, síntesis de todas las vanguardias, busca la esencia, lo universal en vez de lo individual. Reúne todas las tendencias, sin distinción, con tal de que expresen un anhelo nuevo. Abarca el expresionismo, el superrealismo y el arte abstracto).
Estos son dos poemas del libro Cencerro de cristal:
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Solo
Está el llano perdido en su grandura.
La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
las coloreadas vetas que depura.
De la cañada el junquillal sonoro,
en rojo y oro,
detiene girones de color,
que haraganean, lentos,
sus últimos momentos.
No hay ni hombres, ni poblado.
Siesta
Azules tus ojos. Azules y largos, como un deseo perezoso, cuando el cansancio pesa en tus párpados caídos.
¡Así! …, en el arrobo conventual de una mirada, quisiera reposar mi alma entre la sombra blanda que amontonan tus pestañas.
Mientras los postigos de nuestro cuarto se ribetean de sol.
En el mismo año (1915) de Cencerro de cristal, da a conocer sus Cuentos de muerte y de sangre. Vigorosos en el lenguaje, inquietantes en el contenido.
Xamaica
Novela que es, en realidad, una relación de viajes, paralela a una historia de amor: Marcos Galván va a Valparaíso y allí conoce a la señora Ordóñez y a su acompañante. Ella “es una belleza de cinematógrafo” que empieza a viajar con Galván.
Se destacan en esta obra la descripción de la Pampa y la de los Andes, en las que Güiraldes es un maestro paisajista.
Los personajes van a muchos lugares y al fin llegan a Xamaica (Jamaica) tierra de la primavera en donde el amor es una fuerza salvaje en los seres humanos y aun en la naturaleza. Pero… allí mismo, en el fragor de los hechos, han de despedirse los amantes.
Rosaura
Es la novela reveladora de la sensibilidad de Güiraldes. Narra el ir y venir de unos amoríos en un pueblo rural; amores sencillos, tiernos, elementales como los paisajes pueblerinos.
Don Segundo Sombra
Su obra maestra publicada en 1926; escrita en un lenguaje vigoroso y preciso en el que tienen cabida la ternura y la sutileza.
La novela describe la vida de Fabio, el muchacho a quien su protector separa de la madre para que unas tías, poco amables y humanas, lo críen y lo eduquen. El muchacho crece con la angustia de ser bastardo y en condiciones de soledad y de aislamiento, y entre lenguajes despectivos.
Su reacción es una indomable voluntad de vencer. En un momento determinado la figura corporal de un gaucho, don Segundo Sombra (Segundo Ramírez, en la realidad) despierta en el muchacho adoración, respeto y la seguridad en sí mismo que tanto necesita; en el instante en que Fabio lo conoce, abandona la casa de sus tías y va con don Segundo Sombra a una hacienda en busca de trabajo. A la sombra del hombre admirado, un tanto áspero pero a la vez tierno, Fabio emprende su trabajo de resero y aprende del gaucho a ser viril, hidalgo, noble y libre.
Esta obra maestra de la narrativa latinoamericana, presenta una serie de estampas campesinas: la aldea, la pulpería, la doma, la carneada de las reses, el baile, los cuentos folclóricos, riñas de gallos, la feria, el arreo y sus duras tareas, el rodeo, los duelos a cuchillo, las espantadas del ganado, las estampidas de caballos…
En esta novela, la pampa es poderosa: tierras quemadas, reseros fuertes en cuyo cabalgar hay dominio, fuerza, posesión y manejo de campos y lejanías, y por sobre todo y ante todo, la presencia de don Segundo Sombra es gigantesca, simbólica, domeñando a hombres, caballos y campos.
Pasa el tiempo, el muchacho tiene ya veintidós años y, de repente, recibe la noticia de que es dueño de haciendas y campos heredados de su fallecido padre, Fabio Cáceres. Se prepara para reencontrarse con su herencia, después de una despedida en la que “su amigo, su consejero, su padrino, su `padre`, su gaucho, don Segundo Sombra, se va como una sombra”, (así había llegado).
La novela “Don Segundo Sombra” está siempre presente en las páginas de los críticos; una novedad: tiene un tema del momento no tratado aún, porque anteriormente el gaucho, como personaje, había encarnado un movimiento poético en Argentina, en la primera mitad del siglo XIX, y había nacido la gran obra Martín Fierro del escritor José Hernández. Pero, ahora cuando la sociedad rural argentina ya hacía parte de la economía industrial capitalista de Occidente, un autor, con su obra Don Segundo Sombra, le da una memorable despedida al gaucho, le dice adiós, y cierra una etapa literaria de su país: el ciclo gauchesco.
Y en el capítulo XXVII, el último de la novela, leemos:
(Dice Fabio, el muchacho)
“Esa tarde iba a sufrir el peor golpe. Miré el reloj. Eran las cinco. Monté a mi caballo y fui para el callejón, donde hallaría a mi padrino. Resultaba imposible retenerlo…Él estaba hecho para irse…, en don Segundo, huella y vida eran una sola cosa.
¡Y tenerme que quedar!
Llegamos hasta la loma nombrada “del Toro Pampa” donde habíamos convenido en despedirnos. No hablamos, ¿para qué?... Volvimos a desearnos con una sonrisa, la mejor de las suertes…
Lo vi alejarse al tranco…El trote de transición le sacudió el cuerpo como una alegría: Y fue el compás conocido de los cascos trillando distancias: galopar es reducir lejanías. Llegar no es, para un resero más que un pretexto para partir…
Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre. Y bruscamente desapareció…
“Sombra”, me repetí…No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad…Centrando mi voluntad en la ejecución de los hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente me fui….
Me fui, como quien se desangra”.
(Esta es la frase final del libro). Pp.182 y 183.
“Don Segundo Sombra desaparece en el horizonte: desaparecer era el destino del gaucho”. (I. Peña)
Una gran obra aplaudida y declarada, poco antes de morir Güiraldes, “Premio Nacional de Literatura”.
Es notoria su maestría lingüística y literaria para describir las costumbres y el paisaje, y las circunstancias. Frente al acontecimiento de una prolongada lluvia, el muchacho dice:
“Las ropas, pegadas al cuerpo, eran como fiebre en período álgido sobre mi pecho, mi vientre, mis muslos […]. De pronto, una abertura se hizo en el cielo. La lluvia se desmenuzó en un sutil polvillo de agua y, como cediendo a mi angustioso deseo, un rayo de sol cayó sobre el campo; corrió quebrándose en los montes, perdiéndose en las hondonadas, encaramándose en las lomas… Los postes, los alambrados, los cardos lloraron de alegría. El cielo se hizo inmenso y la luz se calcó fuertemente sobre el llano”. (p. 60)
Los factores del éxito de la novela fueron: el sentimiento nacionalista de los lectores, la sorpresa de encontrar en un ambiente gauchesco un lenguaje metafórico muy de moda en la literatura de posguerra; el personaje don Segundo representa una Argentina que se va, a causa de la civilización, y por eso la novela tiene la forma de un adiós.