Por descontado se da que la “guerra psicológica” o cualquiera sea su denominación, se nutre de la desinformación, de la mentira y del engaño
Ha sido tal el despliegue de los recursos de la "guerra psicológica" en Colombia, que ya todos estamos curtidos. Hay países en los que esos recursos de la “propaganda negra” operan solo en los períodos electorales, pero en Colombia, merced a los malos oficios de personajes siniestros como José Obdulio, Uribe, JJ Rendón y todos sus corifeos, la entronización de sus prácticas ocupa un espacio relevante en casi todas las actividades, en casi todos los partidos y movimientos políticos y en segmentos de sectores empresariales.
Si no me cree, mire usted nada más los titulares de los más importantes periódicos nacionales.
Pero esta práctica no es nueva. Hace ya 2.500 años, el general chino Sun Tzu escribió en su texto El arte de la guerra que una tarea nodal de la confrontación era la de “quebrar el equilibrio mental del enemigo”.
Mil años después, Gengis Kan el conquistador mongol, ganó centenares de batallas mucho antes de que éstas se llevaran a cabo, merced a su eficiencia para difundir en las filas enemigas el rumor sobre la fuerza y la ferocidad de sus tropas.
Fue solo en 1782 que El arte de la guerra se editó en francés y (cosa que no es de extrañar) fue un sacerdote jesuita el que se encargó de difundirlo ampliamente. Al inglés se tradujo en 1910 y desde entonces ocupa un lugar destacado en las mesas de noche de una variopinta cantidad de gerentes corporativos, políticos activos, presidentes, parlamentarios, publicistas y, claro, de estrategas militares.
Fue en el marco de la Segunda Guerra Mundial en donde los artilugios de la “propaganda negra” se sofisticaron, tecnificaron y alcanzaron su máximo desarrollo.
Por descontado se da que la “guerra psicológica” o cualquiera sea su denominación, se nutre de la desinformación, de la mentira y del engaño. No existe ningún tipo de miramiento ético en ese modelo de abordaje comunicacional.
Así, los rumores, las fotografías manipuladas, la impresión de textos que confunden, la suplantación, la permanente modificación de los hechos, el recurso de desprestigiar al individuo o el país que se considera enemigo, se convirtieron en un ejercicio cotidiano.
Pero la “propaganda negra” vive una mala hora. Sus efectos son cada vez más contraproducentes y sus instigadores están sufriendo mucho. Mire que los “JJ Rendón” están de capa caída y resulta muy evidente para el gran público su imagen de charlatanes.
Todo se debe a la imposibilidad de cumplir en el mundo de hoy un precepto esencial de su práctica: Que los receptores desconozcan la intención y la fuente de los mensajes malintencionados. El profesor Andrew Sojo explica que el propósito de la propaganda negra no puede ser advertido, quienes reciben el mensaje no pueden conocer las intenciones, ni saber que alguien está tratando de controlar sus reacciones. Ocurre que eso ya no es posible. Ya no pueden mantener su identidad oculta. No lo lograron ni siquiera los “vivos” de Cambridge Analítica.
Creo, en este orden de ideas, que el descomunal montaje en contra de la legítima movilización que la ciudadanía ha programado para este 21 de noviembre resulta tan evidente en la mentira, tan obvio en la manipulación, tan lejano a la realidad nacional, tan lleno de miedo, que su capacidad de neutralizarla es virtualmente improbable.
Han de ser francamente reducidos los grupos de personas que asumen como ciertas las falacias de la destrucción en la que se han centrado los detractores de la marcha.
Tal vez la buena noticia que emerge de todo esto que está ocurriendo, es la demostrada incapacidad que tienen las fuerzas del atraso para sistematizar las experiencias. La decadencia de sus métodos torbos es más que evidente, pero ellos insisten. Hay que dejar que se equivoquen…