Cada uno de nosotros puede aportar desde acciones concretas, cotidianas y algunas veces sencillas para recuperar el ambiente, pero serían más efectivas si se articulan con políticas públicas y acciones oficiales que superen los momentos de contingencia.
Cuando hay tensiones y asuntos por resolver, suele decirse que el ambiente está pesado. Lo singular, sin embargo, es que entre nosotros se volvió costumbre, no solo en la expresión cotidiana que tiene que ver con las desavenencias y una dificultad vernácula para resolverlas desde la palabra, sino además por el problema para respirar que nos impone un aire que ayudamos a contaminar todos, pero que no todos parecemos dispuestos a aportar para recuperar.
La verdad es que se volvió tema recurrente desde distintos escenarios, y como casi todo lo nuestro, ha servido para atacar, más que posiciones a personas y más que medidas o políticas para enarbolar ideologías; pero también se ha usado para tergiversar informes, balances y acciones. Es decir, seguimos enrareciendo el ambiente, por cuenta de la mala calidad del aire, que es cierto, no es cuestión de una administración, pero tampoco es tiempo de quedarse engarzados en el tiempo para dilatar acciones y decisiones que se deben tomar en el presente. Como la delincuencia, los problemas estructurales no conocen de jurisdicciones ni períodos.
Como tampoco tienen en cuenta estratos sociales, gustos personales, ni edades. Esta semana de emergencia ambiental se escucharon varias voces que reclamaban que se mantuvieran en el tiempo, desde distintos sectores se ha pedido una intensificación a la restricción de pico y placa, otros hablan de impuestos directos por contaminación con los vehículos, mantener la medida para todas las motos, etc. Eso sin ahondar en las infortunadas declaraciones del secretario de Medio Ambiente de Medellín, que hasta el momento (que sepa) no ha merecido ni siquiera una disculpa o un llamado de atención de su jefe.
Se duelen las mamás porque sus hijos no pueden saltar al lazo o correr en las clases de educación física. La pesadez del aire les resulta francamente más perjudicial que el sedentarismo. Se quejan muchos porque se afectan sus actividades cotidianas y se advierte que aunque el nuestro sea el mejor sistema de transporte público del país, no es suficiente ni tan eficiente como para desestimular en serio el uso del transporte particular. Y es cierto también que ha aumentado el uso de transportes alternativos como la bicicleta, a pesar de la afectación real sobre la salud por el aire que respiramos pedaleando.
Dicen los expertos que entre nosotros la prevalencia de la obesidad infantil aumenta en un promedio de 25% por quinquenio y que, además de los hábitos de alimentación tiene que ver con la falta de ejercicio, el mismo que les hemos tenido que restringir por el ambiente pesado. Sin duda, uno de esos daños colaterales de una situación que amerita más argumentos desde la academia y propuestas más audaces desde las autoridades y la ciudadanía.
Es que no basta con calificar y quejarnos. Cada uno de nosotros puede aportar desde acciones concretas, cotidianas y algunas veces sencillas. Pero también es verdad que serían más efectivas si se articulan con políticas públicas y acciones oficiales que superen los momentos de contingencia y los afanes mediáticos. Hoy, por ejemplo, parece un exabrupto seguir utilizando el ACPM como combustible y parece poco el estímulo a la conversión de vehículos a gas, el fomento al uso de carros eléctricos o híbridos, que siguen siendo muy costosos.
Tampoco se entiende, por ejemplo, porque en una vía como la calle 33 deban permanecer varias rutas de Laureles, Belén y Circular, con buses muchas veces obsoletos, y para integrarse con el Metro haya que dar una vuelta e ir a la Línea B, estando más cercana la Línea A en Exposiciones y hasta el Metroplús en la calle 30. No solo no existe una ruta integrada por allí sino que tampoco se ha podido completar una ciclorruta por la 76, que se vería potenciada con las mejoras que se han hecho al sistema de En Cicla; ni qué hablar del eje de la 33 que parece destinado a las empresas de buses, sin importar qué tan eficientes sean.
El ambiente está pesado y seguramente será tema de campaña y objeto de promesas. Como las que se hicieron en el pasado en número de kilómetros de ciclorrutas que luego se vieron mermados en el plan de desarrollo y más aún en la realidad. Superarlo, demanda medidas en distintas direcciones que tienen que ver no solo con la movilidad sino con las industrias, el comercio y nuestra manera de ocupar la ciudad. Un buen ejercicio para enderezar el camino, además de escuchar a la academia, sería aplicar el POT vigente y hacer un pacto colectivo por la humildad.