Hace un año, disidentes del Ejército turco intentaron tomarse el Estado a través de las armas. El fracaso fortaleció a Erdogan.
Fueron horas de caos y confusión. La noche del 15 de julio de 2016, el Estado Mayor del Ejército de Turquía aseguraba tener el control de las instituciones del Estado en televisión nacional. Los medios internacionales, inmediatamente, especularon que se trataba de un golpe de Estado.
Las imágenes del suceso dieron la vuelta al mundo. Helicópteros de combate disparando y cazas sobrevolando en pleno centro de la capital turca, Ankara. Tanques militares patrullando por las calles y el aeropuerto de Estambul, el más importante de Turquía, cerrado. Todo eso ante el silencio del presidente de ese país, Recep Tayyip Erdogan, quien se atrincheró en su casa presidencial.
Las redes sociales reflejaron la angustia de la población. Fueron escenario de especulación y de teorías de conspiración. Por ese medio, los internautas turcos publicaron los acontecimientos.
Sin embargo, fue el propio Erdogan quien dio un parte de calma horas después. En una entrevista al canal de televisión CNN, vía Facetime, desmintió que los militares sublevados hayan tomado el Estado y, de paso, instó a sus seguidores a salir a la calle para hacerle frente a las tropas insurrectas y “recuperar la democracia”.
Fueron los ciudadanos quienes se plantaron frente a los golpistas. No importó si eran o no seguidores de Erdogan, una figura que despierta amores y odios. Miles de personas armadas con palos evitaron que el quinto golpe de Estado sufrido en Turquía desde su creación, en 1923, triunfara.
La intentona dejó 290 muertos, entre civiles y militares; 2.839 detenidos, y una purga política después de decretarse, cinco días después, un estado de emergencia que aún continúa.
El presidente Erdogan aprovechó el golpe para impulsar una serie de medidas encaminadas a identificar, perseguir y judicializar a los supuestos responsables. En la purga también cayeron opositores políticos al gobierno. Alrededor de 112.240 empleados públicos fueron destituidos, acusados de pertenecer o tener vínculos con la cofradía del predicador islamista Fethullah Gülen, principal sospechoso, según el Gobierno, de preparar la intentona.
Asimismo, 7.563 personas, la mayoría funcionarios del Ministerio del Interior, fueron despedidas y a 21.000 docentes de enseñanza privada se les retiró la licencia pedagógica.
El vice primer ministro, Nurettin Canikli, afirmó que aún falta un gran número de funcionarios por purgar y que solo, a través del estado de emergencia, podían lograrlo. Igualmente, Erdogan sostuvo que la medida no se levantaría hasta que no “termine la limpieza” de elementos golpistas en la administración pública.
El estado de emergencia, entre otras cosas, restringió las libertades individuales, como la libertad de expresión, de reunión y de movimientos; amplió los periodos en los que una persona puede estar detenida sin comparecer ante un juez, y permitió a la Policía hacer registros sin autorización judicial.
Turquía hace parte de la Otan, la principal institución de cooperación militar de Occidente, y es candidata a pertenecer a la Unión Europea (UE).
El país euroasiático ha usado como pretexto la crisis de refugiados para poder ingresar, en el que actúa como una muralla que ha evitado que casi 2.8 millones de refugiados lleguen a la UE.
En la guerra siria, Ankara se involucró con el pretexto de atacar al Estado Islámico (Ei). Sin embargo, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, la mayoría de sus ataques han sido contra las Unidades de Protección Popular (YPG), el brazo armado de los kurdos sirios.
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Cabe resaltar que el gobierno de Erdogan fue acusado por Rusia de comprarle petróleo al Ei en 2015.
Después de la intentona, la respuesta de Bruselas fue condenar las medidas autoritarias hechas por el presidente Erdogan, por lo que es poco probable que Turquía se una a la UE en los próximos años.
Ankara también se quejó de la indiferencia de la comunidad internacional, y criticó a Estados Unidos por no extraditar al predicador Gülen.
Para Luis Bosemberg, historiador experto en temas relacionados con Medio Oriente de la Universidad de Heidelberg, Alemania, Erdogan refleja el liderazgo que ha caracterizado a los mandatarios de Oriente Medio.
“Erdogan se ha convertido en un líder fuerte y autoritario, que, en el fondo, refleja la historia de Medio Oriente en el que triunfa el hombre que tenga esas características. Turquía, desde su creación después de la Primera Guerra Mundial, ha pasado por muchas facetas, pero es el nacionalismo, el estatismo fuerte y el autoritarismo lo que compone esa vieja tradición”, explicó el docente.
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Contrario a lo que se esperaba, el presidente Erdogan se fortaleció después del intento de golpe de Estado. Si no fuera por la coyuntura de un golpe de Estado, no hubiera sido posible realizar la purga en el interior de su propio gobierno.