Hoy tenemos los mismos engendros, con cuernitos informáticos, y se nos cuelan entre las propias teclas del computador que usamos para digitar textos
Claro que el diablo existe; es asombroso que haya gente –mucha- que lo dude o lo niegue. Tal vez es porque no leen en los periódicos lo que pasa todos los días en cualquier parte del mundo. Pero vamos al punto: el doctor Fausto le vendió su alma, como lo saben los aficionados a la literatura. Nuestro don Tomás Carrasquilla, en su memorable relato A la diestra de Dios Padre también nos lo recuerda, genialmente. Peralta, hábil, gran jugador, altruista y benefactor de almas, con el fin de salvar algunas de las atroces penas padecidas en el infierno, le gana en sana lid, con los dados y la baraja, a Satanás. Uno de los subordinados del maligno, un diablillo de segunda categoría, muy apenado al ver a su jefe derrotado por un mortal, comenta -aquí vale la pena citar literalmente al escritor antioqueño: “… un diablito muy metido y muy chocante que parecía recién dotorao, dijo con tonito llorón: - ¡Nunca me figuré que a mi señor le diera pataleta!” Tal era la rabia del administrador de los fuegos eternos cuando Peraltica le venció.
Pero ahora no sólo se trata de recordar la realidad ontológica del señor de la mentira, sino a uno de sus colaboradores de menor rango, pero que también hace parte de la nómina de la burocracia metafísica de las tinieblas. Se trata del diablillo de la imprenta, otro maléfico ser que anda rondando por ahí, especializado en procesos editoriales, haciendo de las suyas cuando con sus colegas incita a los humanos a generar la realidad del mal y sus extremos, algo que sólo nosotros somos capaces de ejecutar.
Un aspirante a escritor debe mucho a sus lectores: el acto generoso de la lectura y de la crítica -la retroalimentación- es un poderoso combustible que ayuda a la motivación, a la creatividad, y a la superación. Algo propio de la tarea de quien se quiere comunicar por los medios escritos, son aquellos diálogos y comentarios que nos señalan equivocaciones, inconsistencias, errores ortográficos y de redacción, gazapos. Enriquecen y ayudan a mejorar. Por eso esta columna agradece tanto las observaciones y correcciones que vienen de sus lectores. Ellos detectan con sagacidad las incómodas acciones de esas criaturas del otro mundo, los diablillos. Sólo un lector generoso capta el error, y lo señala.
El diablillo de la imprenta se actualiza. En tiempos de Gutenberg hacía que el cajista cambiara p por q, c por s, más por menos. Cuando funcionaban los lentos tipos móviles el diablillo entraba por la noche al taller; alteraba textos, movía comas y puntos. Era un travieso demonio que contaminaba el plomo fundido con su apestoso olor a azufre. Por supuesto, hoy tenemos los mismos engendros, con cuernitos informáticos, y se nos cuelan entre las propias teclas del computador que usamos para digitar textos: errores ortográficos, faltas de concordancia, alteración de palabras, adjetivos monótonos, lugares comunes. Signos ortográficos inoportunos o confusos, palabras que sobran, verbos, adverbios o adjetivos que entorpecen la expresión, oscureciéndola…. Rondan, son los diablillos de la imprenta en versión posmoderna.
Gracias a los queridos lectores que nos hacen el elogio de leer nuestras páginas. Páginas imperfectas, llenas de equivocaciones y desaciertos. Siempre susceptibles de ser corregidas, en su forma y en su fondo, porque nos hacen caer en cuenta de nuestros defectos y errores. En otras palabras, de las infernales travesuras de aquel diablillo de la imprenta, quien, con nuevas estrategias se introduce en los algoritmos y en los sistemas binarios; aunque ya no cambia el orden y la disposición de los caracteres, sí se las ingenia para manifestarse frecuentemente entre los chasquidos monótonos con los cuales nuestros erráticos dedos teclean órdenes lexicográficas. A todos nos deja un olor sabor azufrado la presencia de esos malignos enemigos. Pero los lectores críticos aparecen como un ángel del bien, invitándonos a aumentar nuestro rigor y nuestro esfuerzo literario.