Esos versos también son una mueca de dolor como la famosa pintura de Munch y veo una conjunción bien importante entre la plástica y las letras para expresar el sufrimiento
La nota de hoy nos pone al frente del cuadro más famoso de Edvard Munch, y lo es por la desesperación que muestra el rostro; el autor nacido en Noruega lo bautizó El grito y con él dio bases para el expresionismo.
Esta imagen se transformó en ícono de la cultura y es una figura muy popular y admirada por todos, de la que existen cuatro versiones originales. La más famosa, terminada en 1893, se encuentra en la Galería Nacional de Oslo, Noruega. Las otras dos versiones se encuentran en el Museo Munch, y la cuarta, que fue vendida en subasta a un precio récord, la guarda un coleccionista particular.
El título de la columna se refiere al cuadro en mención y a un tango que fue escrito en 1939, año en que empieza la Segunda Guerra Mundial, suceso que llevaba consigo todos los episodios que la precedieron como la Primera Guerra Mundial, y que fueron además un referente irrefutable de un porvenir cubierto de espanto, salido de un tiempo precario.
Ahora bien, cuenta Munch la génesis de su pintura: “Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho (...) Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”.
Es hora de conjugar este tema con los versos de Enrique Santos Discépolo en el tango Tormenta:
“¡Aullando entre relámpagos,
perdido en la tormenta
de mi noche interminable,
¡Dios! busco tu nombre...
No quiero que tu rayo
me enceguezca entre el horror,
porque preciso luz
para seguir...(…)”
Enrique Santos Discépolo
La voz del tema en Tormenta busca a Dios, porque vive en una sombría profundidad, viendo a su alrededor el terreno de la decadencia, el horror y el fracaso de la razón, una queja que para nada es ajena a la pregunta que se hacían quienes estaban en los campos de concentración, “como una cólera que se alzaba desde la fe” (1). Veamos:
“…Si la vida es el infierno
y el honrao vive entre lágrimas,
¿cuál es el bien...
del que lucha en nombre tuyo,
limpio, puro?... ¿para qué?...
Si hoy la infamia da el sendero
y el amor mata en tu nombre,
¡Dios!, lo que has besao...
El seguirte es dar ventaja
y el amarte sucumbir al mal? (…)”
Estos versos también son una mueca de dolor como la famosa pintura de Munch y veo una conjunción bien importante entre la plástica y las letras para expresar el sufrimiento, y más adelante veremos otra, cuando el sur de América se haga presente en El grito: “Robert Rosenblum menciona por primera vez la posible influencia de una momia peruana expuesta en el Museo Etnográfico del Trocadero en París la misma que inspiró a Paul Gauguin. Edvard Munch se inspiró directamente en la momia Chachapoyas para la figura central de El grito. Se ha comprobado que las figuras en el cuadro y la litografía La tormenta fueron igualmente inspiradas en la momia”. (2) Y nos llegan así dos elementos nuevos en esta historia, la momia peruana y el cuadro La tormenta que lleva el mismo nombre del tango.
Edvard Munch quien además de pintor fue grabador, decía que Leonardo da Vinci estudió el cuerpo humano en disecciones para conocer la anatomía, y que a él le interesaba por sobre manera el reflejo del alma humana en el amor y la muerte, y la lectura de sus obras da cuenta del sufrimiento que ocurre a veces en el vivir, tratado también por Miguel de Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida.
El camino que sigue lleva irremediablemente a la postura existencial de Discépolo quien pensaba al hombre como un ser que busca vivir al otro lado de la desesperación y la queja “y el amor mata en tu nombre/ ¡Dios! lo que has besao, (…)”, muestra al hombre como una pasión inútil, muy a la manera de Jean Paul Sartre.
Dicen los críticos que en El grito se ha solido reconocer la angustia existencial del hombre moderno, su sentimiento de soledad y desaliento, su desesperación. Asimismo, se transparenta en este cuadro la condición del artista como hombre profundamente angustiado. Y ya que estamos en este mano a mano de un cuadro y un tango, debo decir que Discépolo fue también reconocido como un hombre atormentado, no en vano Homero Manzi, quien le escribió el tango Discepolín dice:
“…Conozco de tu largo aburrimiento
y comprendo lo que cuesta ser feliz, (…)”.
Para terminar, he de contar que uno de los más viejos debates en torno a este cuadro es si la figura grita u oye un grito, que podría extenderse a la poesía que construye el tango Tormenta, y lleva a reflexionar si la búsqueda de Dios en la pregunta viene desde esa noche interminable, o sí es el aullido entre relámpagos la búsqueda de no enceguecer ante la luz.
“…Enséñame una flor
que haya nacido
del esfuerzo de seguirte,
¡Dios! Para no odiar:
al mundo que me desprecia, (…)”