El libre deterioro de la personalidad

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
18 septiembre de 2018 - 12:05 AM

Tras de aquellos dramas hay frustraciones que afectan a miles de familias y a toda la sociedad; muchos puede relatar las anécdotas más o menos próximas de casos similares, todos ellos con el factor común de la angustia y el dolor.

Al significativo hecho de que en los últimos años Colombia se haya convertido en un productor y exportador de psicofármacos de talla mundial, se suma otro comprobado por cualquier ciudadano que pase por las calles de las principales ciudades capitales: el drama humano de los farmacodependientes locales, convertidos en vagabundos que consumen sus sustancias adictivas en medio de las condiciones de vida más lamentables. Hambre, suciedad, violencia, enfermedades, abuso, discriminación, frío, son constantes que se suman a lo que en cada caso representa una insoluble tragedia personal y familiar y una encrucijada de orden ciudadano que pone a  cada gobernante municipal entre la espada y la pared. No bastan las soluciones de policía; son insuficientes las medidas de rehabilitación y trabajo social, son impotentes las autoridades sanitarias en sus intervenciones.

 

Lea también: La Corte y el corte

 

Hace años un gran médico y profesor universitario se refería a la inicua sentencia  C 221/94 de la Corte Constitucional que despenalizó el consumo de las dosis personales y la describía como el permiso para el “libre deterioro de la personalidad”. Asombrosamente, el magistrado responsable de la colosal arbitrariedad normativa, se refería a la “órbita íntima del consumidor” como un espacio en el cual el consumo de sustancias psicoactivas permite la expresión de conceptos como la dignidad, la autonomía y la autodeterminación. Más interesante que la lectura de la enrevesada hermenéutica de la sentencia del alto tribunal, lo son los lúcidos salvamentos de voto con los cuales algunos de los magistrados –ellos sí, ejerciendo la libertad, la responsabilidad y la dignidad de su misión- critican los equívocos de la comprensión del magistrado ponente sobre sus subjetivas interpretaciones de aquellos citados conceptos. Para este, bastaba con la comprensión parcial de la libertad como una especie de dios racionalista que justifica legalmente la expresión y ejecución del capricho autodestructivo derivado del libertinaje. Los hechos posteriores, que Colombia se haya convertido también en un maremágnum de desorden e incivismo en el cual cada quien argumentando el libre desarrollo de su personalidad, explican cómo se pretende justificar quien incurre en toda clase de conductas, incluidas las autodestructivas, las indisciplinadas, y las francamente antisociales, como si en ello consistiera el ejercicio de los derechos.

El ciudadano puede –sólo si su voluntad le permite dirigir la atención hacia los aspectos de la realidad que lo ameritan, y que, por supuesto, no son los aspectos agradables de constatar- dejar de seguir las banalidades de la farándula, del fútbol, o de las superficialidades y anécdotas de unos contenidos mediáticos mediocres y repetitivos, cuando no cargados de ideologías que desorientan. Uno de aquellos aspectos es mirar críticamente la realidad trágica que se esconde tras la biografía de cada uno de los habitantes callejeros que consumen compulsivamente marihuana y cocaína en sus precarios refugios, en medio de una lucha por la vida que recuerda las condiciones más deshumanizadas y miserables de episodios históricos recientes y pasados.

Tras de aquellos dramas hay frustraciones que afectan a miles de familias y a toda la sociedad; muchos pueden relatar las anécdotas más o menos próximas de casos similares, todos ellos con el factor común de la angustia y el dolor.

 

Vea: Cuidado: ¡Viene la Libertad!


 

Si en Colombia llegase el momento en que el derecho recupere su condición de ser factor de ordenamiento social –en clave realista y positiva, basado en la realidad del propio derecho, no en las desviaciones hermenéuticas de las ideologías políticas expresadas en forma de sentencias- se llegaría a revisar y superar aquella inicua y perversa, la de la despenalización del consumo personal, C 221/94. Ojalá los estudiosos del derecho tengan la entereza de leer y estudiar también las consideraciones de los magistrados que en aquel entonces se opusieron y expresaron sus salvamentos de voto.

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Comentarios:

Edgar
Edgar
2018-09-18 08:50:53
Deberíamos saber quién fué el tan "inteligene" magistrado que nos bajó al infierno de la drogadicción, para hacerle una estatua....de qué?

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