La jugada individual aflora con comportamientos histéricos y toma forma en los supermercados en donde hay quienes quieren comprarlo todo solo para ellos
Es Zygmunt Bauman el que retoma al filósofo ruso Mijail Bajtin para referirse al “miedo cósmico” que, según él, es “el temor ante lo inconmensurablemente grande y lo inconmensurablemente poderoso, ante los cielos estrellados, la masa material de las montañas, el mar y el temor a las grandes convulsiones cósmicas y los desastres elementales…” BAUMAN Zygmunt. Extraños llamando a la puerta. Paidos 2016.
Y aunque el análisis del texto se orienta a esclarecer cómo ese miedo instintivo ha sido hábilmente utilizado por el poder para convertirlo en “miedo oficial” y devenirlo en depresión que es, como lo expresa Byung Chul Han, la dolencia básica de la sociedad del rendimiento, lo cierto es que el covid-19 nos ha regresado de bruces a ese miedo ancestral de los orígenes: lo inconmensurablemente grande, lo inconmensurablemente poderoso.
El covid-19 no respeta dignidad alguna, no admite invulnerables o privilegiados, no existe dinero con qué comprarlo, no se deja sobornar. Ahí está extendiéndose inmisericorde, atravesando fronteras, serpenteando entre aristócratas y pordioseros, dejando una estela de muerte a su paso. ¡La peste!
El escenario de esta convulsión universal llega en un momento crucial de la civilización: La economía de mercado en su escalada siniestra ha logrado entronizar eso que el mismo Bauman define como “la precariedad de la condición existencial”: el individualismo exacerbado, que no es nada distinto a “la precariedad de vivir la vida”: primero yo, segundo yo, tercero yo.
Covid-19 transita por los meandros de una sociedad fragmentada que las grandes mayorías, como borregos, no solo apoyan, sino que reproducen a diario.
Y entonces, cuando la ciencia aconseja que la batalla exige una respuesta acordada, una movilización social disciplinada, un comportamiento común, la jugada individual aflora con comportamientos histéricos y toma forma en los supermercados en donde hay quienes quieren comprarlo todo solo para ellos. Véndame todo el alcohol, todo el papel higiénico que exista (¿?) todas las provisiones, abran paso que yo tengo con qué, ¡córranse para allá que estoy comprando!
Y no falta la manada de muchachos y muchachas divertidos que se ríen de las exageraciones y siguen de juerga y se reúnen y hacen escándalo, y los incrédulos que vociferan que no se van a dejar manipular por la conspiración china y los Trump tratando de apropiarse de la vacuna para ellos solos, y los religiosos que prometen la cura contra todo mal y convocan a las feligresías para que los acompañen en las casas de sus dioses, en donde nada las pasará si depositan el diezmo.
Pero la peste no tiene pudores, no tiene temores, no emite juicios de valor. Avanza, avanza, como presionando a que aprendamos la lección: el imperativo del retorno al humanismo.
Una crisis es un instante entre dos claridades. Tal vez sea en la voz de Kant en donde resuena el antídoto: “la cualidad personal de un individuo es precisamente su cualidad moral”. Tal vez los conceptos de la solidaridad, la empatía, la urgencia de mirarnos adentro, de volver a reconocernos como especie. Tal vez unos instantes de silencio, tal vez el retorno a hacernos preguntas trascendentales y la urgencia de encontrar respuestas compartidas, tal vez todo esto sea esa lección que se nos está imponiendo para volver a empezar…el humanismo que retorne será también inconmensurablemente grande, inconmensurablemente poderoso…