Con Donald Trump, Estados Unidos encabeza la lista de países que se dirigen irremediablemente hacía la extrema derecha
Ya es un sentir común que la derecha está tomando el timón de la política mundial, y que, de acuerdo con el vaticinio de Antonio Caballero, “en todos los rincones del planeta están brotando los nacionalismos, como en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial”. Las elecciones en Suecia e Italia, la derecha en Austria, Alemania, Países Bajos, Hungría o Reino Unido son algunos ejemplos del avance que ha tenido la extrema derecha en el mundo, la cual se ha valido de la ya conocida crisis de los refugiados para hacer aparecer, como en la Segunda Guerra Mundial, el sentimiento de nacionalismo y los discursos abiertamente xenófobos.
Este sentir, por supuesto, no es ajeno a la realidad de América. Con Donald Trump, Estados Unidos encabeza la lista de países que se dirigen irremediablemente hacía la extrema derecha. Con decisiones como abandonar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, separar a los hijos de inmigrantes de sus padres procedentes de Centroamérica y retenerlos en centros espaciales, y con la construcción del muro en la frontera con México, se quiere hacer creer al mundo y al norteamericano que todos los problemas de Estados Unidos vienen de fuera; de modo que, si las empresas de este país pierden competitividad en el mercado la culpa es de China, si muchas fabricas cierran la culpa la tiene México y Canadá, si hay terrorismo la culpa la tiene el “islam radical” y si hay inseguridad la culpa la tiene el tráfico de drogas y, por tanto, los inmigrantes de Colombia o México.
En América Latina, sólo por poner algunos ejemplos, Brasil se encuentra ad portas de la ultraderecha, con un candidato presidencial que difícilmente perderá en la segunda vuelta, gracias a la radicalización de un discurso antipetista, en defensa de la dictadura militar, la tortura, el racismo, la homofobia, la xenofobia y la misoginia. Y en Colombia una de las principales armas del uribismo para llegar nuevamente al poder fue la radicalización de un discurso nacionalista, que se intensificó con la crisis del vecino país: Venezuela, y el escandaloso avance de la creencia evangélica. Por no hablar la conocida derecha de Chile y el recién triunfo de la derecha en Argentina con Mauricio Macri.
Y estos son unos pocos ejemplos del avance que ha tenido la derecha en la política mundial, pero son suficientes para identificar un viejo fenómeno que parecía haber muerto, pero que en realidad ha permanecido como un incansable fantasma que siempre está a la sombra de cualquier muestra de libertad individual y progreso social. Todos estos ejemplos comparten rasgos comunes con el fascismo y los movimientos autoritarios del periodo de entreguerras (Primera y Segunda Guerra Mundial): nacionalismo exacerbados, desprecio por las libertades y derecho individuales, profunda necesidad del pueblo de identificar al presidente como un genio político y un líder con un aura casi religiosa y mítica, desprecio por la libertad de prensa, xenofobia, racismo, machismo y, un rasgo muy característico de la Alemania nazi, una pretensión por acabar, cuanto antes, con uno de los principios fundamentales de la democracia liberal: la separación de los poderes del Estado y la independencia de la justicia (los colombianos sabemos muy bien cuál fue último intento de la derecha por unificar los poderes).
Es sabida la crisis social y económica y los sentimientos de frustración y resentimiento que generó la perdida de la Gran Guerra en la clase media; caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de sentimientos de nacionalismo y xenofobia, alentados por un discurso político que reivindicaba una supuesta verdad ideológica del pueblo alemán y la supremacía de una raza. Ahora la cosa no parece variar mucho, la derecha se vale del mismo sentimiento de frustración de la clase media, de las precarias condiciones laborales y la inmigración para fortalecerse políticamente y mostrarse como la mejor opción.
De nuevo el inmigrante se presenta como el enemigo común, la inmigración como la culpable de todos los problemas sociales y económicos que pueda tener un país, y a las políticas xenófobas como la cura. Ahora bien, la Segunda Guerra Mundial también le enseñó al mundo que no es necesario de un genio político o ideal bien estructurado para que la derecha triunfe en la política, y que sólo es necesario de un personaje que se aproveche del constante sentimiento de frustración y miedo del pueblo.